domingo, 12 de noviembre de 2023

Otoño de lluvias



Una de las incuestionables ventajas de la humedad en otoño es la abundancia de setas. A finales de octubre, cogimos el ferry en Grünau para cruzar a la otra orilla del río. Desde la embarcación podían observarse los colores otoñales que salpicaban el paisaje del barrio residencial de Wendenschloß, caracterizado por sus amplias calles adoquinadas enmarcadas con hileras de robles, que me recuerdan en cierto sentido al barrio adinerado de Zehlendorf, al oeste de Berlín.

El aliciente de nuestra breve excursión era la búsqueda de hongos en una área boscosa cercana conocida como Müggelberge, pero no albergábamos demasiada esperanza, sobre todo teniendo en cuenta que son muy pocos los hongos que sabemos identificar sin dudas de por medio. Había llovido mucho los últimos días, por lo que los senderos estaban llenos de hojarasca enfangada. Las copas de los árboles habían adquirido el color ocre característico del otoño avanzado, y algunos tímidos rayos de sol se colaban por entre las ramas. Dejamos las bicicletas en la linde del bosque y nos adentramos entre los árboles. Pasados menos de cinco minutos, nos topamos con un precioso e inconfundible boletus. Motivados por este hallazgo temprano, peinamos varios kilómetros a la redonda en busca de más hongos comestibles. Por desgracia, tuvimos que contentarnos con este único boletus, ya que no encontramos ni uno más. El resto de setas que se cruzaron por nuestro camino fueron de lo más variopintas: violeta, blancas, marrones, encaramadas a los troncos de los árboles, ocultas entre las hojas caídas… Un verdadero espectáculo de formas y colores. No podía faltar, por supuesto, la famosa amanita muscaria, con su característico sombrero brillante de color rojizo.







Por lo demás, los días de noviembre transcurren sin demasiados sobresaltos. Paso bastante tiempo en la cocina probando nuevas recetas y repitiendo antiguas, como una tarta de calabaza que llevé ayer a casa de mi suegra para tomar el té. Antes de comernos la tarta, fuimos al mercadillo semanal que montan en la Winterfeldtplatz los sábados. Había un hombre muy majo que vendía montañas de rebozuelos de Serbia. Compramos medio kilo para la cena y el vendedor nos regaló un buen manojo de perejil para acompañar nuestro plato de pasta. Además, aprovechamos para rebuscar entre miles de trastos olvidados en el altillo, y encontramos por casualidad el calendario de Adviento de la infancia de M., que reciclaremos este año (todavía no tenemos muy claro dónde colgarlo). La casa de mi suegra es el lugar más acogedor que conozco en invierno. Es un apartamento antiguo de techos altos y puertas blancas con picaportes dorados, caracterizada por una decoración ecléctica basada en los pequeños detalles: distintos muebles de madera oscura conviven con cerámica japonesa, diversas plantas y candelabros antiguos. En mitad de la estancia hay un viejo carrito repleto de peluches con historia y en la mesa casi siempre hay flores frescas. La luz siempre es tenue e invita a tumbarse en el sofá rojo de tacto aterciopelado para leer un buen libro o mantener una conversación distendida.

Este otoño he comenzado con una afición nueva: hacer punto. Me inscribí en un curso de dos horas que se ofrecía en el centro de Berlín, donde adquirí las nociones básicas del punto derecho, así como dos madejas de lana roja para tejer mi primera bufanda. El frío otoñal me motiva para pasarme tardes con la lana entre los dedos y una buena taza de té. Así resulta más fácil combatir la falta de luz a la que nos toca acostumbrarnos en estas latitudes.









2 comentarios

  1. Qué hermosas fotografías, as usual 🧡🍂

    Me recuerda a mis años en Medina del Campo de pequeña que salía con mis padres y amigos al bosque a buscar setas y hongos. Julián nos indicaba las que no se podían coger que eran peligrosos; qué bonito se ve en las imágenes que has puesto y todo lo que has hablado de la comida y lo del punto, mi tía abuela aprendió de joven, y hace poco me hizo una bufanda grande para envolverme en invierno y su hermana, mi abuela creo que algo te dije que tuvo artritis y le hizo daño profesional porque ella era modista y también hacías siempre que podía un montón de jerséis y es verdad que aquí no hace tanto frío para pasar tiempo así pero los días de frío sí que estábamos junto a la chimenea, que se agradece estar en casa y poder hacer este tipo de cosas, que con tu gusto seguro que se te queda todo precioso. Y la tarta de calabaza, tiene muy buena pinta.

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    1. Qué bonitos y otoñales esos recuerdos que cuentas. Y qué casualidad, porque mi tía abuela también tejía, y todavía recuerdo un bonito jersey azul celeste que me regaló cuando era pequeña. La chimenea para mí también es sinónimo de hogar, aunque es cierto que nunca hacía tanto frío como aquí en Alemania.

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