La mayoría de mis blogs han sufrido el
síndrome del cachorro abandonado. De repente un día me levanto con muchísimas
ganas de adoptar un blog, de mimarlo con un par de arreglos (todo lo que
mis rudimentarios conocimientos de HTML me permiten) y dedicarle
horas de atención durante sus primeros meses de vida. Pero a las pocas
entradas el adorable blog del principio termina pareciéndome anodino, la
pereza puede conmigo y termino abandonándolos. Como buena internauta ecologista,
estoy en contra de la deforestación de la blogosfera, así que he decidido
reciclar esta página web con el propósito de hacer una especie de diario
personal o algún sucedáneo que se le parezca.
¿Cómo es que te has decidido a estas
alturas a hacer algo así? Porque para estas cosas siempre hay un porqué, ¿no?
Quiero decir, uno no se levanta de buena mañana y dice: voy a publicar en
Internet que esta mañana me he comido un yogur con muesli. Bueno, vale, quizás
eso sea el origen del 99% de los blogs y de una de las redes sociales con más
éxito hoy en día. Pero como me apetece darle una razón de ser a este espacio
personal, digamos que inaugura, por así decirlo, otra etapa de mi vida.
Muletillas estereotipadas aparte, he decidido publicar entradas con motivo
de mi próxima experiencia Erasmus. Así es, como tantos otros estudiantes, me
voy del país un año entero. Y para no renunciar al cliché por excelencia de
toda experiencia Erasmus, intentaré publicar todo lo que vaya ocurriendo a lo
largo de este año. Tras mis intentos frustrados de haber hecho algo similar en Göttingen, espero que esto salga a flote
(touch wood).
El destino de mi Erasmus es Friburgo de
Brisgovia (Freiburg im Breisgau), una encantadora ciudad en el sur de
Alemania. Toda persona que me conozca un poco sabe que estoy enamorada de todo
lo que tenga que ver con la cultura germánica. Friburgo fue de hecho la
primera ciudad que visité en el país de la Currywurst. Fue amor a primera
vista o, como dirían por esas tierras: Liebe auf den ersten Blick. Al
pasear por la orilla del río Dreisam, me prometí a mí misma que tarde o
temprano tenía que vivir en aquella ciudad de ensueño, surcada por pequeños
canales y situada en pleno corazón de la Selva Negra. La suerte quiso que
constase como uno de los destinos posibles donde realizar el tercer año de mi
carrera (Traducción y Mediación Interlingüística). Así que, como supondréis, no
me lo pensé dos veces a la hora de elegir destino.
No obstante, las clases allí empiezan
bastante tarde en comparación con España: el 21 de octubre. Oh, genial, todavía
faltan más de cuatro meses para eso. ¿Por qué demonios has empezado ya el blog?
Buena pregunta. Aunque no volaré a Friburgo hasta el 1 de octubre, dejo antes
la "piel de toro". Este verano me voy a trabajar tres meses como au pair a
un pueblo alemán de nombre adorable: Haßloch,
cuya traducción literal sería algo así como “agujero del odio”. De veras que me
pregunto qué narices se le pasó por la cabeza al hombre que le puso el nombre.
O tenía muy mala baba, o quería montar la república independiente de su casa y
alejar a todo turista incauto. Que digo yo que seguramente quedaban muchos más
nombres por coger. Y si se preocupaba por el plagio (que parece ser que para
todo hay propiedad intelectual en esta vida), siempre podía añadirle una
terminación sin sentido al final. ¿O no fue eso lo que hicieron los de Frankfurt an der Oder?
Naja, supongo que eso es todo, porque
todavía no hay nada relevante que contar, quitando que el yogur que me he
comido era de coco y no de muesli.
Os dejo con algunas instantáneas que tomé hace dos veranos en Friburgo, para que comprendáis de qué me enamoré:
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