Al fin han llegado las deseadas vacaciones navideñas y, con ellas, la posibilidad de tomarme un respiro. Las últimas semanas he estado hasta arriba de trabajo y no paraba de pensar en lo mucho que necesitaba una pausa. Aun así, el calendario de mi universidad está diseñado de tal manera que el periodo de exámenes es justo a la vuelta, para lograr que la cuesta de enero se vuelva un poco más empinada. Así que no queda otra que tener los apuntes en una mano y los polvorones en la otra. A mí este año me tocará llevarme la teoría de Traducción especializada de paseo a Alemania, porque el sábado que viene, como ya comenté en una entrada anterior, ¡me reencuentro con Friburgo!

Hoy me he puesto a redactar la escueta lista de cosas que llevaré en la maleta, ya que se trata de Easyjet y solo permiten un bulto. Me negaba a tener que donar un riñón para facturar una maleta cuando solo estaré 8 días. Esto quiere decir que voy a tener que hacer mil artimañas para que me quepa todo lo que tengo pensado meter. En otro tipo de viajes me habría limitado a lo imprescindible, pero resulta que pasaré la Nochevieja, por lo que toca incluir algún par de cosas para estar presentable en tal ocasión.

Ayer aproveché para hacer algunas compras navideñas. Acabé en Rituals, una tienda de cosméticos de la que me habían hablado muy bien, pero cuyos precios algo desorbitados me tiraban algo para atrás. Lo que más me gusta es que ofrecen muchos regalos para hombres, a los que siempre es más complicado hacerles un regalo. Los productos están elaborados con productos orgánicos y tienen aromas muy agradables y refrescantes. El ambiente de la tienda posee cierto aire exótico que parece sacados de la misma Polinesia y se dan mucho esmero con el empaquetado, así que quizás vuelva pronto.  



Me di cuenta de que la mayoría de las veces que estoy en el centro son para tramitar recados y poco más, así que ayer intenté contemplar un poco la arquitectura de Valencia y tomar algunas fotografías con el móvil (de ahí la calidad) a algunos de mis edificios preferidos.




La semana pasada recibí el día de mi cumpleaños un paquete de Helsinki, repleto de dulces finlandeses y una bonita postal navideña. En los envoltorios de algunos se aprecian los graciosos personajes típicos del país: los mumins. Me hizo mucha ilusión, pero ¿a quién no le agradan las sorpresas de este tipo?




¡Que paséis unas felices fiestas!





Parece que el invierno ya se ha dejado caer por Valencia y las temperaturas han bajado. He aprovechado este puente para desempolvar la decoración navideña enterrada entre cajas y cajas de trastos. Le he ganado la batalla a los cables de las luces y me ha quedado algo medianamente decente, aunque yo suelo tener más bien poco arte para estas cosas. Por desgracia este año no podré disfrutar de los mercadillos navideños alemanes y tendré que conformarme con el ambiente de aquí, que mucho tiene que envidiarle al del centro de Europa. 

Dejando aparcada mi morriña, en la entrada de hoy quiero hablaros sobre una cuestión del aprendizaje de idiomas que me parece esencial. Seguro que os ha pasado alguna vez: conocéis a un extranjero que habla casi a la perfección el español, que apenas tiene acento y que, sin embargo, tiene algo que no acaba de cuadrar del todo, algo que lo delata como no nativo. De vez en cuando, se le escapan expresiones o palabras un tanto forzadas que, pese a ser de lo más correctas, tú nunca dirías. Esta falta de total naturalidad es uno de los grandes desafíos a la hora de aprender una lengua.

Tras haber lidiado con las reglas gramaticales y sus dichosas irregularidades, con las listas inacabables de vocabulario, con todos los tiempos verbales; nos topamos con que hay un aspecto clave para hablar de forma apropiada: el registro. Por todos es sabido que, dependiendo del contexto en el que nos encontremos, hablaremos de una forma u otra. Las habilidades que nos permiten adaptarnos a las distintas situaciones las vamos adquiriendo a medida que crecemos, pues nos vemos obligados a desenvolvernos en distintos contextos. Pero ¿qué ocurre cuando aprendemos una lengua y no hemos estado en contacto con situaciones comunicativas reales? Pues que acabamos hablando como el libro de texto lo hace. Aprendemos como esponjas todo lo que nos echan, traducimos las expresiones a nuestra lengua materna y no nos paramos demasiado a pensar en si algo que hemos aprendido puede valer o no según la situación.

Os voy a hablar de algo que me pasó a mí y que ejemplifica esto a la perfección. Resulta que, al leer una novela en alemán, me encontré con la expresión ein ums andere Mal (“una y otra vez”). Yo la utilizo bastante en español y me pareció muy útil, así que la apunté y memoricé para utilizarla en cuanto se me presentase la ocasión. Cuando esta llegó, la solté muy contenta y orgullosa, pensando que la frase me había quedado lograda y natural a más no poder. Si había salido de los labios de una escritora alemana, eso tenía que sonar de lo más auténtico, oye. Al otro participante de la conversación le pareció hacer gracia y me dijo: “¿ein ums andere Mal? Nadie dice eso”. Pues sí, resulta que es una expresión que, aunque no parece demasiado complicada y yo habría jurado que era de lo más común, prácticamente nadie la dice al hablar, solo por escrito y sobre todo en novelas. En el lenguaje hablado suelen decir immer wieder. En el diccionario no establecen una diferenciación entre ambas y es imposible discernir cuál es la más común.

Es cierto que en muchos libros se intenta que los diálogos sean naturales y lo más cercanos posible a conversaciones reales del día a día. Sin embargo, las frases que aquí suelen incluirse son solo la punta del iceberg. Cuando nos toca meternos en una conversación, nos damos cuenta de que se nos escapan muchos matices y de que no acabamos de entender muchas cosas, a pesar de haber captado todas las palabras. Muchas veces, la culpa la tienen los giros idiomáticos o expresiones coloquiales. Frases hechas que, por regla general, no suelen venir recogidas en los libros de texto.

¿Qué podemos hacer entonces para aprender el “lenguaje de la calle”? Aunque la clave suele ser relacionarnos con nativos e ir adquiriéndolo poco a poco, hay libros específicos que pueden facilitarnos mucho la tarea. Ejemplo de ello son unos libritos de PONS que a mí, personalmente, me parecen muy útiles. Tengo dos volúmenes en inglés (Word up! 1 y 2) y dos en alemán (Was geht? y Das kannst du laut sagen). Recogen expresiones coloquiales con ejemplos de uso bastante acertados y la traducción en español. Algunos ejemplos son de lo más divertidos, por lo que hacen que sea una lectura muy amena. Si conocéis a alguien que le gusten los idiomas, pueden ser la perfecta solución para evitar quebraderos de cabeza sobre posibles regalos de Navidad.





Otra muy buena manera de ir adquiriendo la jerga son los podcasts. Sobre todo en aquellos en los que el público llama para dar su opinión y donde todos los oyentes pueden participar. Uno de mis preferidos es High Noon, perteneciente a la emisora de radio Fritz. En el programa suelen lanzarse preguntas de todo tipo y la gente llama para dar su punto de vista o contar su experiencia. Los temas van desde cuestiones de lo más banales e íntimas como “¿qué os parece sexy?” o “¿con quién vivís?”, hasta aspectos más controvertidos y relevantes como los extremismos o los tipos de dieta más saludable.

En inglés, suelo escuchar al joven comediante Matt Edmondson, cuyo acento británico es adorable a más no poder y bastante claro. Comenta sucesos relevantes actuales de una manera informal y con comentarios jocosos. Es bastante complicado pillar todos los guiños, porque ya se sabe que los ingleses tienen un humor muy propio.  


Estas son solo algunas de las posibles opciones para aprender el argot, pero hay muchísimas más que seguro que también son muy útiles. ¿Conocéis algunas más? En tal caso, ¡no dudéis en comentarlas!



En esta entrada prosigo con la capital alemana, más en concreto con mis lugares preferidos. Con esta selección intento salirme un poco de los puntos clave que toda guía turística contiene, así que omitiré lugares tan emblemáticos como la Puerta de Brandenburgo o la Fernsehturm. Los conoce todo el mundo y poco sentido tiene mencionarlos.

1.      Literaturhaus (Fasanenstraße 23)

Creo que sería injusto empezar por otro sitio que no fuera la Literaturhaus. Su apacible ambiente hace que nos preguntemos si realmente estamos donde estamos, pues se encuentra situada a pocos metros de Ku’damm, la calle comercial por excelencia de Berlín.  

Perteneciente al barrio de Charlottenburg-Wilmersdorf, esta institución se fundó en 1986 con el objetivo de promocionar la literatura contemporánea del Berlín Occidental, por lo que aún hoy en día acoge todo tipo de eventos, como exposiciones o simposios. Además, cuenta con una cafetería-restaurante (Wintergarten) en su interior y con una pequeña pero acogedora librería. Lo que en mi opinión le otorga tanto encanto es la terraza situada justo a la entrada. Forma parte de la cafetería y se trata de un pequeño jardín cercado, colindado por arbustos y con una disposición de mesas y sillas de madera sobre un uniforme suelo empedrado. Sin duda alguna, el toque de distinción se lo aportan los edificios y villas neoclasicistas a ambos lados, que ejemplifican a la perfección el estilo de vida burgués de la sociedad berlinesa de principios del siglo XX.

Este fantástico rincón me lo mostró una amiga mía, después de haber hecho una buena sesión de compras. Tras el ajetreo de ir de un lado para otro con las bolsas, tomar asiento en un lugar así me sentó de maravilla. Había varias personas que se dedicaban exclusivamente a escribir con la única compañía de una taza de café, mientras que el resto de conversaciones se caracterizaban por un tono de voz calmado.  Es de esos rincones de la ciudad donde a buen seguro se han escrito, si no por completo, fragmentos de muchos relatos, novelas o poemas.





2.     Hackesche Höfe (Rosenthaler Straße 40/41)

Como su propio nombre indica, este complejo de patios cerrados está localizado enfrente del mercado Hackescher. En su interior hay tanto pequeñas tiendas como oficinas y viviendas, pues es un claro ejemplo de cómo a principios del siglo XX se establecía una diferenciación entre las zonas residenciales y las comerciales. Fueron diseñados por el arquitecto August Endell en un estilo Art Nouveau y los edificios de su interior tienen fachadas que en muchas ocasiones están decoradas con enredaderas. Quizás sea el primero de todos el que tiene un aspecto más característico, gracias al intenso color azul de sus ladrillos vitrificados.

Además de haber archiconocidas marcas como MAC o H&M, también pueden adquirirse los queridos Ampelmänner en el patio número 5.  






3.     Aeropuerto Tempelhof

Si Berlín ya es una ciudad única de por sí, este aeropuerto “inactivo” es otro claro ejemplo de ello. Me permito la licencia de entrecomillar esta palabra porque, tras cerrar sus puertas a viajeros en 2008, este lugar es de todo menos inactivo. Lejos de tratarse de un complejo fantasma como el polémico aeropuerto de Castellón, ha pasado a ser un parque urbano con una extensión que supera a la del emblemático Central Park de Nueva York.

¿Qué podemos encontrarnos? Más bien de todo. Desde áreas de barbacoa y picnic hasta pequeños huertos con cajas de madera, los cuales se han convertido en zona de juego de pequeños y grandes. Los fines de semana suele estar lleno de gente que sale a hacer deporte (a pie, en bici o en patines) por la interminable superficie de asfalto.

Sus impresionantes dimensiones logran que sea prácticamente imposible abarcarlo todo con la vista. Berlín tiene fama de ser grande, pero uno no se da cuenta del sentido de este adjetivo hasta que no pone un pie en Tempelhof, pues no podría haber mejor manera de experimentar la colosal magnitud de la capital alemana.

El 25 de mayo de este año tuvo lugar un referéndum, donde se les preguntó a los ciudadanos si estaban a favor de la construcción de viviendas y oficinas. Por suerte, el 65% de los votantes se negó a que el Ayuntamiento acabase con parte del encanto de este parque tan peculiar.  




4.     RAW-Tempel (Revaler Straße 99)

Si con el antiguo aeropuerto ya hemos visto lo muy a pecho que se toman los berlineses el tema del reciclaje y la reutilización de espacios, el siguiente lugar también es una buena muestra de ello. Para ver el lado más urbano y creativo de Berlín, es necesario acercarse al barrio de Friedrichshain. Es aquí donde se encuentra una organización sin ánimo de lucro cuyo objetivo es dar rienda suelta al lado más artístico e innovador de los ciudadanos. Acoge multitud de edificios que a simple vista podrían parecer predestinados al olvido. Antiguos almacenes industriales que, para no caer en el desuso, han pasado a convertirse en un conjunto de oficinas y estudios donde se desarrollan todo tipo de actividades socioculturales.

La estética del lugar podría dar la impresión de que se ha dejado de lado todo esfuerzo por lograr un ambiente agradable; no obstante, son las paredes de ladrillo plagadas de grafitis y este aire de abandono lo que lo convierten en un sitio tan especial. Recuerdo entrar en uno de los edificios y pensar de inmediato “aquí no tiene que haber nada”. Tras dar unos pasos por un pasillo casi a oscuras, pobremente iluminado por un tubo fluorescente, me di cuenta de que a mano derecha había una amplia sala donde estaba teniendo lugar una coreografía de ballet. Un pequeño cartel al lado de la puerta indicaba que era una academia de baile.





Para todos aquellos que queráis más consejos sobre la capital, os recomiendo dos blogs muy completos: Mit Vergnügen y Finding Berlin. El primero está en alemán y el segundo en inglés. Publican artículos sobre todo tipo de lugares de interés, como restaurantes o tiendas originales. 










Como podéis ver, he decidido darle un buen lavado de cara al blog. Sigo siéndole fiel a un estilo de lo más minimalista, por lo que tampoco tiene un diseño como para tirar cohetes, pero ya hacía tiempo que tenía en mente arreglarlo un poquito. A ver si así me animo yo también a actualizar con más frecuencia (sí, esto es lo que siempre me repito una y otra vez).

El caso es que estos días tan plomizos y una entrada que leí el otro día de la señorita Ampelfrau hicieron que me acordase de la capital alemana. Creo que nunca he llegado a hablar lo suficiente de lo mucho que me fascina esta ciudad, así que me gustaría dedicarle esta entrada a la que es, sin lugar a dudas, una de mis ciudades europeas preferidas.

Recientemente traduje un artículo de la revista online Café Magazine, en el que se habla sobre el argot berlinés que tan de moda está entre los jóvenes que allí residen. Os recomiendo que lo leáis, porque no es demasiado extenso y resulta muy curioso descubrir algunas características de esta jerga.

Si tuviera que describirle a alguien la ciudad de Berlín, no sabría muy bien por dónde empezar. En los últimos años han sido muchos los españoles que han emigrado a esta ciudad. Me vienen a la cabeza unas palabras que leí este verano en la edición alemana de Glamour: Jemand hat mal zu uns gesagt, Berlin sei im Sommer wie Barcelona – nur ohne Meer. Zu verdanken ist dieser Titel den vielen Südeuropäern und ganz besonders den Spaniern, die in den vergangenen zehn Jahren nach Berlin gekommen sind. (Uno vez nos dijeron que Berlín en verano es como Barcelona, solo que sin mar. Esta fama se debe al gran número de europeos del sur, en especial a los españoles que desde hace diez años han venido a Berlín).

En efecto, son muchos los que se decantan por la capital alemana como destino para emigrar. A pesar de ser la ciudad más conocida del país teutón, os voy a decir algo que se basa en mi percepción: Berlín es y no es Alemania. ¿Qué es lo que quiero decir con esto? Bueno, pues que si bien cada ciudad tiene sus peculiaridades, siempre hay ciertas características que hacen que logremos encasillarla dentro de un país. Sin embargo, en el caso de metrópolis como Londres, París o Berlín, poco tienen que ver con el resto de poblaciones dentro de las fronteras.

Desde mi punto de vista, quien se va a Berlín, no se va a Alemania. Su impresionante historia, su diversidad cultural y sus tantas otras idiosincrasias hacen que sea imposible encasillarla dentro de cualquier cajón de sastre. Y es que Berlín es, en sí, un gran cajón de sastre. Hay cabida para todos: desde el pragmático empresario de éxito que va de punta en blanco, hasta el excéntrico y bohemio artista aparentemente desgarbado. Con esto me tengo que morder un poco la lengua, ya que la creciente gentrificación ha hecho que para algunos colectivos cada vez se vuelva más complicado vivir en la capital. Los alquileres en los codiciados barrios de moda (Szeneviertel) se encarecen a una velocidad de vértigo. Berlín tenía precisamente la fama de ser una capital barata en comparación con otras como Viena o Londres, pero parece ser que esto cada vez se vuelve más irreal debido a la constante masificación que está teniendo lugar.

Yo he estado dos veces en Berlín y, a decir verdad, la segunda vez me gustó más que la primera. Creo que es uno de esos lugares que, cuanto más a fondo conoces, más hueco acaban ocupando en tu memoria (y corazón). La última fue en marzo de este año, donde me la recorrí prácticamente de punta a punta sobre una bicicleta de alquiler. No quiero extenderme demasiado, por lo que será en la siguiente entrada donde revelaré algunos de mis rincones preferidos de la capital.


¡Que paséis un buen domingo!
Una nunca consigue librarse de esta manía absurda de recurrir al tiempo para salir del paso. El tema por excelencia de las “conversaciones paja” de ascensor es el comodín ideal con el que dar comienzo a una entrada de blog. Pero esto de que el otoño se resista en venir, como que frustra, y no poco. Sobre todo si, como yo, eres una de esas personas que se pasarían tardes de lluvia con un buen libro y una taza de café tan ricamente. Y sí, para que lo vamos a negar, también soy una de esas personas que derraman el café en un abrir y cerrar de ojos. Por si no lo he dicho ya, mi maña brilla por su ausencia. No soy muy geschickt, como se encarga mi novio de recordarme cada vez que tropiezo con cualquier objeto.

El caso es que vamos a entrar en noviembre y en Valencia todavía hace un sol de los que son capaces de freír huevos sobre los capós de los coches. Lo que podría parecer como una ventaja, resulta que para alguien cuya estación preferida es el otoño se convierte en un tormento. Ayer hablé con mi novio por Skype y él, con manga larga, se encargaba de recordarme lo bonito que está ahora el follaje de los árboles en Friburgo. Mi único consuelo es que en dos meses estaré de nuevo por allí. ¡Al fin! Hace poco que compré los billetes de avión para pasar allí la Nochevieja, por lo que estaré en mi querida Selva Negra del 27 de diciembre al 5 de enero.  

A principios de este mes fue él quien vino a visitarme a España y, como el clima estaba así de veraniego, pudimos incluso bañarnos en la playa. Para alguien cuya ciudad de origen es Berlín, los rayos de sol son motivo de fiesta, pero si llevas toda tu vida a orillas del Mediterráneo, como que no tienen mucho de especial. Aunque que conste que la fotografía donde parezco malhumorada fue fruto de la casualidad, porque fue un día estupendo. De hecho, no puedo quejarme en absoluto, porque fueron como unas pequeñas vacaciones cuando las clases ya habían empezado y me sirvió para desconectar.









Lo bueno de este cuatrimestre es que dispongo de bastante tiempo libre, aunque esto se debe sobre todo a que todavía no he empezado con las prácticas. Estoy aprovechando para centrarme en la investigación del trabajo de fin de grado, a pesar de que aún quede mucho tiempo por delante. De momento estoy en la fase de “voy a abarcarlo todo, voy a comerme el mundo. ¡Oh, otro artículo relacionado! Esto también puede servir. Y esto. Y esto otro”. Ya veremos lo que me dura hasta que llegue a la fase de “esto no me da ni para el abstract. ¿Por qué narices copié esto? ¿Y esto otro? ¿De dónde leches ha salido? Pues oye, no sé hasta qué punto la vida del mono capuchino en cautividad puede ser relevante para el proyecto… ”.


Por lo demás, no hay mucho que destacar. Me despido con una fotografía tomada desde mi habitación mientras amanecía y que plasma a la perfección el eterno verano que reina en mi ciudad. Sí, admito que los cielos despejados como este también tienen su encanto, pero echo de menos el frío. Y la lluvia, los abrigos, las narices rojas… En fin, el otoño. Herbst, du fehlst mir.   


En vistas de que, a pesar de que mi Erasmus llegó a su fin a finales de agosto, todavía no había hecho una valoración de mi estancia, me he decidido por poner en la balanza algunos de los aspectos positivos tras la experiencia. Quizás esto pueda servir de ayuda a algunas personas que quieran marcharse con la archiconocida beca europea y aún no las tengan todas consigo a la hora de escoger destino.

Así que, sin más dilación, aquí os comento algunas de las tantas razones por las cuales Alemania es una buena elección para realizar un intercambio:

 1.  El idioma. Cogeos a la silla, porque lo que os voy a contar os va a dejar sin habla y quizás tengáis que leerlo varias veces para creerlo: en Alemania se habla alemán. Sí, lo sé, os acabo de descubrir el nuevo mundo. Esta perogrullada es de por sí una de las mejores razones para ir al país teutón. Y es que el alemán es el idioma con mayor número de hablantes nativos dentro de la Unión Europea. No hay que dejar de lado su importancia actual dentro de fronteras europeas y más allá de estas, ya que la riqueza alemana no se limita únicamente a nivel económico, sino que abarca otra serie de aspectos como puede ser el patrimonio cultural.
Otra aclaración que me gustaría hacer es que no os dejéis influenciar por los comentarios del tipo “no te vayas a X ciudad, que allí hablan con X acento”. Este consejo es, en mi opinión, absurdo. Entre otras cosas porque en todas las universidades alemanas se habla Hochdeutsch, pues es propio de registros formales. A no ser que estés en un seminario del departamento de Germanistik sobre acentos regionales, es poco probable que el profesor empiece a hablarte en bávaro o berlinés. Además, a esto se le suma que la mayoría de estudiantes alemanes que conoceréis probablemente no serán originarios de esa ciudad, ya que casi todos se mudan de su ciudad natal al comenzar la universidad. Como curiosidad os diré que durante mi estancia en Friburgo solo conocí a un chico originario de allí, el cual acababa de comenzar el máster, porque la carrera la había hecho en Colonia.
Así, el único contacto con el acento será que, al caminar por la calle, os daréis cuenta de que determinados grupos (en su mayoría ancianitos adorables de la zona) hablan “de forma rara”. Pero esto ocurre en casi todas partes, porque no hay casi ningún rincón de Alemania donde no se hable dialecto, sobre todo en las zonas rurales. Sin embargo, dado que la mayoría de universidades se encuentran en ciudades más grandes, este problema se ve relevado a un segundo plano.



2. El nivel de vida. A diferencia de otros países europeos como pueden ser los escandinavos, los bienes en Alemania no son más caros que en España. Ojo, sí que es cierto que la mayoría de los alquileres son más elevados en comparación con nuestro país, pero la diferencia tampoco es abismal. Es más, en muchas ciudades pertenecientes a la antigua República Democrática Alemana —como por ejemplo Leipzig— los alquileres son de lo más asequibles. De hecho, una de las cosas que me sorprendieron para bien fue el hecho de que hubiera varios artículos más baratos allí que aquí. Clara muestra de ello son los cosméticos/productos de aseo personal. Entrar en DM (tienda de cosmética) con idea de comprar un simple gel de ducha y salir con el siguiente arsenal: champú, acondicionador, lima de uñas, tiritas para las ampollas, vitaminas para reforzar la piel, discos desmaquillantes… Y, para colmo de males, también tienen sección de alimentos biológicos, por lo que siempre suele caer algo para picar. En este sentido, Alemania no podría tener mejor papeletas: mucha variedad, barato y de calidad.




3. La enseñanza universitaria es gratuita. Independientemente de la Bundesland en la que os encontréis, estudiar en la universidad es gratis. Justo este otoño se eliminaron las tasas de matrícula (Studiengebühren) en Baja Sajonia, el último estado federal que aún estaba pendiente de llevar a cabo esta reforma. A pesar de que esto tiene sus detractores y sus defensores, lo bien cierto es que la ausencia de tasas es el anzuelo perfecto para atraer a estudiantes de todo el mundo. En el caso del Erasmus resulta indiferente, pues se pagan las tasas de la universidad de origen, pero puede ser interesante de cara a un posgrado o estudios posteriores similares. A pesar de esto, sí que es cierto que se paga una cuota por algunos servicios de administración, con el objetivo de favorecer el mantenimiento de las instalaciones, la cafetería y otras instituciones. Pero no os preocupéis, porque esta suele rondar los 100 euros y se paga por cuatrimestre.


Es cierto que me dejo muchas otras y que esto es solo un breve esbozo de algunas de las ventajas, pero espero que a más de uno le haya ayudado a decantarse. Por lo que a mí respecta, como os comenté estoy cursando el último año de la carrera en Valencia, así que ando bastante liada con el trabajo de fin de grado y demás asuntos. Aun así, mi idea es volver a tierras alemanas una vez acabe con todo en junio e independizarme ya definitivamente allí para proseguir con mis estudios de posgrado. Barajo distintas posibilidades de becas y aún no está del todo claro, pero la verdad es que ilusión y ganas no me faltan. ¡Os mantendré informados!
Me ha tocado desempolvar el redactor de entradas, porque ha acumulado unas cuantas capas de polvo a lo largo de estos meses.  Más bien por pereza que otra cosa, nunca encontraba la ocasión apropiada para redactar otra entrada. Intentar resumir todo lo que ha ocurrido acabaría siendo un intento frustrado, pues resulta prácticamente imposible relatarlo sin que se me escapen la mayoría de cosas. Aun así, he de decir que pues ha habido todo tipo de experiencias que se quedarán grabadas en mi memoria por mucho tiempo. Desde escapadas espontáneas a Berlín, reencuentros entrañables por Göttingen y Bremen, hasta excursiones sobre dos ruedas y chapuzones en el lago.

Debido al extraño calendario académico de la Universidad de Friburgo, tengo clases hasta el 1 de agosto. Como son las últimas semanas, es ahora cuando viene la avalancha de exámenes, presentaciones y fechas límites para la entrega de trabajos. A esto se le suma el ajetreo de tener que matricularme de las asignaturas del último año de carrera. Por suerte creo que me he apañado bastante bien y que no se me solapa ninguna asignatura; todo un milagro, teniendo en cuenta la increíble facilidad con la que esto ocurre en la maravillosa Universidad de Valencia.  

A pesar del tiempo robado por las horas de universidad, de trabajo en casa y algún que otro trámite burocrático, disfruto de bastante libertad a lo largo del día para hacer aquello que me apetezca. Es por ello que durante las últimas semanas intento sacarle el máximo partido a este margen temporal para hacer varias cosas que me he propuesto antes de volver a España. Una de ellas es presentarme al examen del C2 del Goethe Institut en agosto. Me apunté a principios de junio y podría decirse que ya no hay vuelta atrás, a pesar de que todavía no haya pagado. He sacado varios libros con modelos de exámenes de la biblioteca y aprovecho todos los recursos a mi disposición para obtener el mejor resultado posible llegado el momento (aunque sí, para qué lo voy a negar, con aprobar este nivel me doy con un canto en los dientes).

Una de las sanas costumbres a las que me he habituado hará un par de meses es a leer el periódico Die Zeit. En mi WG tenemos la suerte de que mi compañera de piso recibe una beca, gracias a la cual le dan semanalmente y de manera gratuita este periódico, el que podría considerarse como uno de los más completos y mejor redactados a nivel estilístico en el panorama del periodismo alemán. Lo que más valoro de este periódico nacional no es únicamente la calidad con la que los artículos están escritos, sino la relativa imparcialidad con la que suelen tratar los temas, intentando dar siempre varias versiones y puntos de vista.

Sin embargo, por muy interesantes que puedan llegar a ser la mayoría de artículos, muchos se tornan pesados, rimbombantes y algo secos; en especial los de las secciones de política y economía. Artículos que, por mucha información de actualidad que aporten, no son la mejor compañía para días como el de hoy, donde el sol pega sin clemencia. Es por eso que para ocasiones así hay una lectura mucho más llevadera y ligera: Zeit Campus. Se trata de una revista para estudiantes de la misma editorial que el periódico. En mi opinión, no podría estar mejor estructurada y enfocada. Desde consejos para la vida universitaria, reportajes en universidades desconocidas con ofertas académicas de lo más interesantes, debates sobre temas de actualidad, hasta descripciones de las  rutinas de aquellos estudiantes que compaginan sus estudios con trabajos a tiempo parcial. La única pega es que sale cada dos meses, pero merece la pena la espera. Además, siempre viene con un dossier enfocado exclusivamente a una carrera o carreras determinadas.





Esta entrada ha acabado siendo una recopilación de cosas random más que otra cosa, pero la verdad es que echaba de menos escribir por aquí. Espero que no pase tanto tiempo hasta la próxima vez que me deje caer. 
Todo el mundo acaba encontrando tarde o temprano sus rincones favoritos en una ciudad. Lugares que logran hacerse un hueco en el recuerdo y a los que podríamos acudir repetidas veces sin cansarnos. En mi caso, como el flechazo con esta ciudad fue instantáneo, poco me costó encontrar mi top 5. Lo difícil es precisamente quedarse con solo cinco lugares, porque si me pusiera en serio acabaría con una lista inacabable. Así que aquí van, mis cinco lugares preferidos en Friburgo hasta el momento:

1. Kanonenplatz

Cuando vine en agosto para hacer una breve visita de un fin de semana, no me lo pensé dos veces a la hora de elegir el primer lugar que visitaría para reencontrarme con la ciudad de mis sueños: Kanonenplatz. Este mirador es tan especial para mí que no han sido pocas las ocasiones en las que he hecho una escapada para disfrutar de las vistas que ofrece. Puede contemplarse prácticamente toda la ciudad. La subida no es demasiado empinada y acaba mereciendo la pena.

En verano suele estar abarrotado de turistas y estudiantes, la mayoría de los cuales han subido a ver el atardecer con una buena cerveza fría. A pesar de ello, suele ser un sitio bastante tranquilo donde uno también puede sumirse en sus propios pensamientos sin ser molestado.

Es una maravilla sentarte en uno de los bancos que hay, bajo la sombra de un castaño y poder deleitarte con la perspectiva de la ciudad considerada como la puerta de entrada a la Selva Negra.

Por estas y muchas otras razones, el mirador se merece encabezar esta lista. 





2. Der Alte Friedhof

Quizás resulte un tanto inquietante que un cementerio se halle en esta lista, pero no deja de ser un lugar con mucho encanto situado en uno de los distritos más bucólicos de todo Friburgo. Este cementerio se encuentra en Neuburg, un barrio desconocido para la mayoría de residentes, pues tienden a confundirlo con Herdern, que está justo al lado.

Hace más de 140 años que no entierran a nadie aquí, por lo que todas las tumbas son bastante antiguas y se hallan cubiertas por una capa de musgo. Dejando detalles morbosos aparte, el encanto de este lugar reside en la tranquilidad y calma que se respira en cada rincón.  Mucha gente viene a leer un buen libro atraídos por el romanticismo que envuelve el lugar, aunque tampoco resulta extraño toparse con gente que lo atraviesa haciendo footing.

Los alrededores tampoco tienen desperdicio. Hay muchas villas pertenecientes a acaudalados médicos o catedráticos, casas de ensueño de las que te obligan a parar para fotografiarlas.






3. Wiehre

Cualquier habitante de Friburgo al que le preguntes en qué barrio le gustaría vivir responderá seguramente lo mismo: en Wiehre. Y es que este es el distrito por excelencia de la ciudad.

Casas magistrales con jardines escondidos, acogedores cafés (como Oma’s Küche http://www.omas-kueche.de/) y el río Dreisam a pocos minutos a pie hacen de este barrio un lugar ideal para perderse en cualquier época del año.

Otra de las peculiaridades de este lugar es que está lleno de Studentenverbindungen, asociaciones de estudiantes alojados en viviendas inmensas con alquileres de precios ridículos. Están formadas por estudiantes activos en la universidad y graduados con una buena posición económica (Alte Herren). Estos últimos se dedican a darles todo tipo de beneficios a los primeros. Les invitan a cenas nada baratas e incluso les llegan a pagar una mujer de la limpieza. Todo esto bajo la condición de que en un futuro, los jóvenes estudiantes hagan lo mismo con las nuevas generaciones, con tal de mantener vivo el espíritu de la organización.

En España no hay este tipo de organizaciones, por lo que la primera vez que oí hablar de ellas fue al conocer un chico que pertenecía a una. Muchos alemanes no miran con buenos ojos estas asociaciones, ya que suelen ser bastante conservadoras y se asocian con ideologías políticas extremas. Aun así, es innegable que los edificios tienen fachadas imponentes y te permiten trasladarte en el tiempo.





4. Herz-Jesu-Kirche

Como es lógico, no podía faltar en esta lista un rincón en el barrio donde vivo. Esta bonita iglesia se encuentra a escasos minutos a pie de mi residencia. Algunos la califican la “Disneylandkirche”, supongo que por su aspecto de cuento. Delante hay un espacio verde que suele estar lleno de vida en verano. Suelen organizarse muchos Flohmärkte. Y justo debajo del puente de la estación principal ponen los miércoles y los sábados un Bauernmarkt, donde los agricultores de la zona venden sus productos frescos. Me encanta pasear los sábados a primera hora del día por este mercadillo. No es demasiado grande, pero puedes encontrar absolutamente de todo. Desde leche biológica recién ordeñada, hasta pasta fresca de todos los colores y manzanas riquísimas. Uno de los puestos con mucho encanto es una especie de furgoneta donde venden café (Ape Café).

Esta iglesia es uno de los emblemas de la ciudad que en tantas postales turísticas aparece. Normalmente acompañada del puente azul (die Blaue Brücke), pues es otro de los monumentos distintivos. Muy al estilo de Friburgo, solo pueden cruzarlo viandantes y bicicletas. Su nombre real es Wiwili-Brücke, y no es extraño ver cómo la gente se sienta en lo alto de las estructuras de metal para contemplar las vistas de Schönberg.




5. Vauban

Mi último rincón predilecto en Friburgo es uno de los barrios más peculiares y que la posicionan como la ciudad verde. Se trata de un vecindario que fue acabado de construir a finales de 2001 y cuyas casas se rigen bajo el principio de ahorro energético. Y esto se nota en cada recodo del lugar. No hace falta más que echar un vistazo a las numerosas placas solares, la casi total ausencia de coches, así como los diversos recintos con animales.
Es, por así decirlo, la zona más “hippie” y alternativa. Algunos residentes se han instalado en antiguos coches militares y otros sencillamente viven en caravanas con curiosos elementos decorativos (véase el detalle de la bañera-maceta).
Aquí también hay una residencia de estudiantes, en la cual suele haber bastantes fiestas en verano. Conozco a varias personas que viven ahí y que aseguran estar bastante satisfechas.

Además, otra de las razones por las cuales este lugar me encanta es porque en él se encuentra uno de los restaurantes con más encanto de Friburgo: Süden. Aunque de sitios donde comer ya hablaré en otra entrada, que esta ya me ha quedado algo extensa. 






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