Qué mejor anticipo de las vacaciones que un cumpleaños de los que se quedan impresos en la memoria. El 12 de diciembre no fue un día cualquiera; no solo para mí, sino para la ciudad de Leipzig. Aunque para esta última no se trató de un motivo de alegría, sino más bien de lo contrario.

Para el pasado sábado se habían anunciado tres manifestaciones de extrema derecha en Connewitz y en Südvorstadt, por lo que la agitación era más que evidente: calles cortadas con coches de policía que impedían el paso, helicópteros sobrevolando la ciudad para supervisar la zona, piedras de la calzada que volaban de un lado a otro de la Karl-Liebknecht-Strasse, cristales rotos, tranvías paralizados, contenedores incendiados, multitud de espectadores curiosos que querían contemplar lo que ocurría… En definitiva, un caos que se saldó con múltiples heridos y detenidos.

Pocas festividades viven los alemanes con tanto entusiasmo como la Navidad. Ni el frío, ni las escasas horas de luz parecen hacer mella en su ánimo. Largos paseos por el Weihnachtsmarkt con una buena taza de Glühwein para que los dedos no se entumezcan, hornos a máxima potencia que impregnan todo el hogar del aroma del cardamomo y de la canela, niños cantando villancicos a pleno pulmón en medio de calles abarrotadas de gente, norias que no dejan de girar y que colman de luz y de color plazas enteras. 



De acuerdo con la previsión del tiempo para los próximos días, en Leipzig nevará a partir del domingo. Estas previsiones suelen fallar más que una escopeta de feria, pero de lo que no cabe duda es que la ciudad ya empieza a empaparse del espíritu navideño. Los dulces típicos de la época ya llevan tiempo tanto en los supermercados como en las panaderías y ya comienzan a verse los primeros elementos decorativos por las calles. El martes inauguran el mercado de Navidad que montan todos los años en la plaza del ayuntamiento, el cual goza de fama en toda Alemania.

El pasado jueves, tras las habituales seis horas en el ICE y los dos transbordos estresantes (con retraso incluido y pérdida del tren de conexión, como suele ocurrir con el Deutsche Bahn), llegué a Friburgo por la noche. Desayunos al sol en el jardín del Bergacker Café, paseos nocturnos por Littenweiler con alguna que otra ráfaga de viento inoportuna, cerveza artesanal en el bullicioso Feierling, cena íntima en el restaurante afgano Kucci, sesión de cine con Irrational Man y con Happiness, inmersiones suicidas en el Dreisam… Como de costumbre, el tiempo vuela en esta ciudad y, para cuando me doy cuenta, ya me toca coger el tren de regreso a Leipzig. El único consuelo es pensar en cuándo reservaré los próximos billetes para volver, aunque lo más seguro es que esto no sea hasta febrero. Pero hasta entonces habrá otros viajes prometedores, como el de Barcelona.


Ayer asistí a la reunión de auxiliares de conversación de Turingia, la cual tuvo lugar en Erfurt, la capital del Bundesland. Por suerte había comprado el billete de ida con bastante margen de tiempo, pues el Deutsche Bahn volvió a hacer de las suyas y mi tren llegaba con 50 minutos de retraso a la estación de Leipzig. Me tocó correr como una descosida para llegar a tiempo, aunque la verdad es que podría haberme ahorrado el sofoco, ya que empezamos algo más tarde. Hice un recorrido de supuestamente 28 minutos (según Mr. Google Maps) en apenas 10.

Había asistentes de distintas partes del mundo para los siguientes idiomas: inglés, ruso, chino, francés y español. He de admitir que la jornada me pareció bastante prescindible. Nos hicieron encuestas sobre nuestra experiencia hasta el momento y nos proporcionaron algo de información sobre este programa en Turingia, con recomendaciones previsibles de auxiliares anteriores. Ni nos enseñaron la ciudad, ni nos dieron de comer, ni nada de nada. Vamos, que me dio la sensación de que fue una reunión más protocolaria que otra cosa y que podrían habérselo trabajado mucho más. A ver si cuando pongan el mercadillo de Navidad me acerco a Erfurt de nuevo, porque me han hablado maravillas de él.

En años anteriores hacían una jornada en Berlín a mediados de noviembre para todos los auxiliares españoles, pero este año se ha cancelado. Durante las jornadas de septiembre, una de las trabajadoras de la embajada española en Berlín nos aseguró cientos de veces que no se debía a falta de presupuesto (no, claro que no), y que era una pena que este año no fuese a celebrarse. Al parecer organizaban muchas actividades en el Instituto Cervantes, donde les daban algunas charlas. No habría estado de más ir a Berlín de nuevo, pero tampoco creo que fuera nada del otro mundo y dudo que nos dejasen mucho tiempo libre, teniendo en cuenta cómo suelen organizar este tipo de encuentros. Además, por lo que me comentó un auxiliar del año pasado, las charlas fueron poco útiles. De todas maneras, la capital alemana está a tiro de piedra y hay viajes muy baratos. De hecho pasaré el 22 y parte del 23 de diciembre en Berlín, en casa de la madre de Milan.

Cada vez me siento más a gusto en Leipzig. Últimamente estoy intentando descubrir más rincones. El sábado, por ejemplo, quedé con una chica vasca en Mein liebes Frollein, una cafetería con un ambiente de lo más agradable donde hacen unas tartas para morirse. Cada vez hay más sitios así. Y es que en esta ciudad están constantemente abriendo nuevos locales debido a la gran afluencia de jóvenes que van llegando.

Otro motivo de alegría fue levantarme el domingo y ver en la mesa de la cocina una deliciosa quiche de puerros, queso y jamón york. Mi compañera de piso alemana compró un libro de recetas con todas las variantes posibles de este plato francés, por el que siento especial debilidad. Pequeñas sorpresas así hacen que la “WG-Leben” dé verdadero gusto.




Pero el broche de oro de esta semana se lo pone sin duda mi próxima escapada a Friburgo este jueves. A pesar de que el viaje es eterno, tengo muchísimas ganas de volver por la Selva Negra, sobre todo ahora que el clima sigue siendo agradable. 




Parece ser que noviembre ha querido hacer una entrada triunfal y nos ha regalado unos rayos de sol estupendos por Leipzig. Se agradece enormemente tras tantos días de nubes, neblina y frío. Así que he aprovechado para salir a dar un paseo a un parque no muy lejos de donde vivo: Friedenspark. El nombre le hace justicia, ya que es un lugar muy tranquilo, a pesar de que la carretera no se encuentra muy lejos. Justo al lado hay una iglesia rusa ortodoxa que llama la atención por su dorada cúpula. Como tengo costumbre de combinar las rutas al salir a correr, suelo venir aquí cuando no voy al Clara-Zetkin Park. El único inconveniente es que el Friedenspark no es tan grande, por lo que me toca dar varias vueltas. Esto le ocurre a la mayoría de corredores que vienen, así que no es extraño cruzarte con otra persona unas cinco veces (a la quinta te embarga el compañerismo del sufrimiento compartido y me veo tentada de saludar).






Con el cambio de hora, anochece a una velocidad de vértigo. Por eso intento aprovechar al máximo las primeras horas del día, o de lo contrario no te embarga la sensación de que no has hecho nada productivo. Las últimas dos semanas en concreto he estado traduciendo todas las mañanas, ya que tenía un gran encargo de traducción sobre una tienda online alemana de moda, similar a Zalando.

Poco a poco comienzo a aclimatarme en Leipzig. A pesar de que llevo más de un mes aquí, al principio se me hizo bastante duro, sobre todo por el contraste tras el idílico verano en Friburgo. Ahora mismo ya tengo mi habitación amueblada, he podido conocer a más gente y mi actividad como auxiliar de conversación me deja bastante tiempo para asistir a clases de la universidad y continuar descubriendo la ciudad.

Al regresar del paseo, me he topado con mi compañera de piso, que se dirigía con una amiga al Kohlrabizirkus, un gran pabellón donde suelen organizarse todo tipo de eventos. Resulta que ahora mismo hay un outlet de libros, donde hay descuentos de hasta el 90%. Así que no me lo he pensado dos veces, las he acompañado y he regresado a casa con dos libros nuevos bajo el brazo.




El próximo 9 de noviembre hay un encuentro en Erfurt de todos los auxiliares de conversación de Turingia al  que me han invitado. Sigo teniendo pendiente descubrir este Bundesland, así que a ver si tengo algo de tiempo para ver un poco de la ciudad.
Mi prolongada ausencia se debe en gran parte a que las últimas semanas han sido un no parar, literalmente. Aprovechando las vacacione de octubre en el colegio, volé a principios de octubre desde Berlín a Madrid,  pues tenía que regresar a España para recoger la ropa de invierno y, por supuesto, para ver de nuevo a mi familia, a la que había abandonado a finales de junio. Por tema de fechas y precios, al final me decanté por coger el vuelo a la capital española, ya que mi tío podía recogerme y llevarme en coche hasta Valencia. Esto se debe a que iba a acompañarnos en nuestro largo viaje por Europa sobre el asfalto.

A pesar de que apenas estuve un día y medio en tierras valencianas, me sentó de perlas volver a pisar zona conocida y dejarme mimar un poco. Esto me vino bien para cargar las pilas, pues el viaje hasta Leipzig duró nada más y nada menos que 23 horas, por lo que podéis imaginaros que el trasero se me quedó acartonado después de tanto tiempo sentada (no, de veras que no se me ocurre otra forma más fina de describirlo).

Los días que estuvimos por Leipzig los dedicamos en gran parte a sesiones de bricolaje, compras en el IKEA y a visitas turísticas por el centro. Por desgracia no pude mostrarle mucho a mis padres, ya que queríamos visitar otras ciudades. El día 11 (domingo) hicimos una escapada a Dresde, una ciudad que suele encabezar la lista de ciudades más bonitas de Alemania. Y con razón. A pesar de que quedó totalmente destruida tras la Segunda Guerra Mundial, la labor de reconstrucción que han hecho es impresionante, por lo que aún permanecen en pie los monumentos barrocos imponentes. No voy a entrar demasiado en detalle, porque la entrada se extendería demasiado, así que será mejor que las fotografías hablen por sí solas:




Bajo la recomendación del todopoderoso Tripadvisor, fuimos a comer a un curioso restaurante del barrio alternativo: el Lila Soße. Se caracteriza porque la mayoría de los platos los sirven en una especie de tarros de cristal. Los platos estaban bastante elaborados y el ambiente era de lo más agradable, así que resultó ser un acierto. De primero me pedí una ensalada tibia de calabaza y ciruelas; de segundo, una pasta típica de Suabia conocida como Spätzle y de postre, un tiramisú de arándanos.



Otra ciudad que visitamos fue Cracovia, en Polonia. Nos recibió la primera nevada del otoño, así que ni que decir tiene que el frío calaba hasta los huesos. Esto no fue impedimento para que me enamorase de la ciudad, sobre todo del barrio judío. Esta zona está repleta de patios interiores con mucho encanto, restaurantes decorados con mucho estilo y pequeños establecimientos con un aura especial, como modernas tiendas de objetos de diseño o librerías antiguas.




































Una de las ventajas de Polonia es que comer es extremadamente barato, incluso en sitios de lo más sofisticados. De ahí que fuésemos todos los días de restaurante y que fuese casi un crimen comprar nada del supermercado.





Durante nuestra estancia en Polonia, aprovechamos para desplazarnos hasta el campo de concentración Auschwitz-Birkenau. Mi padre había reservado entradas para la visita guiada en español, que dura en torno a tres horas y media. He de admitir que fue una experiencia impactante, aunque la explicación de la guía fuese de lo más aséptica, ya que se limitó a describir la vida de los prisioneros sin entrar en demasiados detalles, como alguna anécdota. De todos modos, el recorrido permite que uno se imagine a la perfección en qué condiciones infrahumanas vivían los prisioneros y hasta qué punto se cometió una barbarie tras la alambrada.







El día 15 llegó Milan de Friburgo, por lo que pude continuar descubriendo Leipzig desde otra perspectiva: fuimos a varios conciertos, probamos nuevas cafeterías y restaurantes e incluso apostamos en el hipódromo (¡y ganamos!).

Como ya comenté en otra entrada, vivo al lado de “la Karli”, una de las arterias de la ciudad, ya que hay muchos bares y tiendas. Aprovechando que se podía ir paseando hasta esta calle, más de una mañana fuimos a desayunar al Hotel Seeblick, que ni tiene vistas al mar, ni se trata de un hotel. Eso sí, sirven desayunos para chuparse los dedos. La última noche fuimos a Symbiose, un restaurante vegano donde todos los productos son ecológicos. Los precios son algo altos, pero tiene sentido si se considera la calidad de los ingredientes y la elaboración de los platos.







En definitiva, han sido unas semanas muy movidas y ahora toca asentarme de nuevo. De momento he ido a algunas clases de la universidad y las asignaturas me parecen interesantes, pero es demasiado pronto para saber qué tal serán.


Seguro que no tardo tanto en escribir la próxima entrada (o eso creo). ¡Hasta entonces!



Las últimas semanas han sido un estrés constante, de ahí que no haya podido actualizar. A grandes rasgos podría resumirse así: de despedidas en Friburgo, aislamiento absoluto en las jornadas de Colonia y un no parar desde que me mudé a Leipzig.

El 14 de septiembre cogí un ICE hacia la estación principal de Colonia, el punto de encuentro para los auxiliares de conversación españoles, ya que desde allí nos recogerían en autobús para ir al hotel de Maria in der Aue, situado en un emplazamiento de lo más idílico (vamos, en mitad de la nada). Aquí pasamos tres días enteros encerrados, asistiendo a charlas explicativas sobre la burocracia alemana y sobre cómo desempeñar nuestra tarea de auxiliar. Nos dividieron en grupos de acuerdo con las regiones a las que nos habían destinado. A mí me tocó en el grupo “batiburrillo” con los Bundesländer pequeños donde apenas había auxiliares, como Berlín, Turingia y Schleswig-Holstein. Como ya comenté en otra entrada, la mayoría de españoles se encuentran en Renania del Norte y Baja Sajonia. Como parte de estas jornadas, nos dieron la oportunidad de dar una clase, en la cual el resto de compañeros eran los alumnos. Podéis imaginaros el esfuerzo que suponía hacerse pasar por un adolescente alemán con nociones de español prácticamente nulas. A veces no estaba clara la línea entre la falta de conocimientos de español y cierta discapacidad mental.

El jueves 17 llegué al fin a Leipzig, donde me acogió una bonita noche de lluvia. Por suerte mis compañeras de piso estaban esperándome con la cena en la mesa, así que no fue tan grave. Desde entonces la verdad es que no he tenido demasiado tiempo para descubrir la ciudad, ya que he estado muy liada en el colegio de Altenburgo. Como aún no me he matriculado en la universidad y el Semesterticket no es válido hasta el uno de octubre, mi mentor de español se encarga de llevarme al colegio. Me recoge siempre en Markkleeberg, una ciudad al sur de Leipzig.

El 18 comencé mi tarea como auxiliar y la experiencia está siendo muy positiva hasta el momento. Tengo tanto los martes como los viernes libres, así que podré aprovechar para ir a clases de la universidad. Español se da en las clases 9, 10, 11 y 12, por lo que los alumnos tienen entre 14 y 18 años (en plena pubertad, sí). El único problema es que en la mayoría de grupos el nivel es algo bajo, por lo que a pesar de que intento hablar despacio y hacer muchos gestos, en ocasiones me miran con una cara como si les estuviese hablando en fariseo. La excepción es la clase 12, donde hay varios alumnos que han estado viviendo durante un año en Sudamérica, así que tienen un nivel muy bueno y pueden organizarse muchas actividades con ellos.

Aún sigo en proceso de amueblar mi habitación, que en estos momentos es una gran muestra de minimalismo en todo su esplendor. Las siguientes fotos son prueba del escaso inventario que llevo por el momento: un colchón, un escritorio pequeño y una silla. Tanto el escritorio como la silla los encontré por eBay Kleinanzeigen. Por suerte para mí, este fin de semana tiene lugar un mercadillo de antigüedades en el sur de Leipzig, el cual se celebra al final de cada mes. Al parecer pueden encontrarse verdaderas gangas.




Lo poco que he visto de Leipzig ha sido sobre todo en mi barrio, en el Südvorstadt. Cerca de donde vivo está la Karl-Liebknecht-Straße, donde hay todo tipo de tiendas, restaurantes y establecimientos estrafalarios, como una peluquería con la estética de los años 50 o una tienda de ropa Cowboy.  

Leipzig es una ciudad de contrastes, donde los edificios soviéticos se alternan con fachadas clasicistas y villas imponentes. A diferencia de Berlín, no está todo tan delimitado por barrios, sino que las distintas arquitecturas se van combinando. Es muy frecuente ver hileras de edificios idénticos y simétricos, con la única diferencia del color de la fachada. Con echarle un vistazo a las fotografías, sabréis a qué me refiero.










En el centro de la ciudad solo estuve anteayer, para realizar unas compras imprescindibles. Me gustó mucho la gran cantidad de tiendas que había y los edificios antiguos, así que espero poder volver pronto y pasear con más calma. 

Las despedidas en Friburgo se hicieron duras, pero los últimos días fueron de lo más agradables. La madre de la familia nos invitó a mi novio y a mí a un restaurante tradicional en March, una combinación de granja y restaurante donde ofertan lo que ellos mismos producen. La última noche fui con Milan a un restaurante italiano al lado de la estación principal en el que curiosamente nunca habíamos estado (con lo que a nosotros nos gusta la comida italiana, es todo un crimen). Las pizzas son gigantes y los precios comedidos, así que seguramente repitamos cuando regrese a Friburgo.

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