Hay determinados sucesos que son como un saqueador que entra a casa y pone todo patas arriba. Saca los cajones de los rieles, desordena las facturas bien apiladas, rompe la vajilla de los domingos, revuelve la ropa interior y embrolla todo tipo de cables. Es difícil reconocer el hogar propio. Cómo organizar todo de nuevo cuando tantas cosas han sido derribadas. Y ni siquiera existe certeza sobre cómo comenzar desde cero. Lo más sencillo es pensar que tampoco es necesario recomenzar, sino retomar lo que se había dejado a medias, porque la vida ya estaba empezada.


Pasé enero y febrero en Valencia, pero ya llevo casi un mes de vuelta en Alemania. Sienta bien regresar al segundo hogar y tener la sensación de que todo sigue su curso. Aquí, la primavera ha comenzado a abrirse paso antes de tiempo. Se suceden los días soleados de forma casi ininterrumpida y el jardín ya está salpicado de jacintos de uva, los tempranos tallos rojizos de las peonías, la hilera de pensamientos en el tiesto azul, las pequeñas flores violeta de vinca minor y las hojas alargadas de las acelgas. Hace dos semanas planté semillas de tomate de pera, eneldo y perejil. El perejil se resiste a salir (el sobre tenía unos años, así que igual las semillas ya no estaban en buen estado), pero tanto el tomate como el eneldo han brotado con mucha rapidez. Esperaré hasta mayo para sacarlas al exterior y ver cómo evolucionan. Trabajar con la tierra me ayuda a despejar los pensamientos, a sentir que todo va en orden. Hundir las manos en el sustrato mojado, que se me ennegrezcan las uñas. Las lombrices se retuercen, incómodas de que las hayan sacado a la superficie.


Part of the pleasure of digging in the garden is the smell of wet earth. The aroma, known as geosmin, is released through the activity of soil bacteria called actinomycetes, and it has a pleasing and soothing effect on most people.


The well gardened mind, Sue Stuart Smith.





El sábado pasado celebramos el cumpleaños de M. Llevábamos dos años posponiendo la celebración debido a la pandemia, así que las ganas de celebrar habían ido en aumento. El buen tiempo nos permitió hacer una barbacoa en el jardín. Los muffins de chocolate que preparé desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, entre otras cosas porque uno de los niños que vino se zampó tres casi de una sentada.


A principios de esta semana, regresé a mi apartamento en Bonn, el cual no pisaba desde noviembre. Fue bonito volver a pasear por el barrio de Südstadt tras salir de la oficina, para admirar los arbustos en flor, los niños que jugaban al sambori en el parque y las bicis holandesas aparcadas frente a los edificios. Fui de nuevo a clase de yoga, la mejor medicina para desconectar del trabajo. Las clases tienen lugar en un estudio del centro de la ciudad, con un estético suelo de parqué de espiga y plantas trepadoras encaramadas a las columnas. Al salir de la clase, fui con una amiga a cenar un poke bowl, una de tantas tendencias culinarias de los últimos años. Los viajes en tren pueden hacerse muy pesados, pero tuve la sensación de que, en este caso, había amortizado sobradamente las ocho horas de ida y vuelta.











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