Con esto de la globalización nos olvidamos de que, aunque se trata de otro país europeo más, Alemania también tiene sus idiosincrasias. Peculiaridades que cuando te las cuentan o, en su defecto, las vives en tus propias carnes, pueden hacer que te plantees si los alemanes realmente son del mismo continente.  A continuación mencionaré los cinco aspectos de la cultura alemana que más me chocaron al llegar al país:

1.     Amor incondicional por el gas. Con esto no me refiero a que los alemanes vayan con una botella de butano a todas partes, sino a que adoran las bebidas gaseosas. Un ejemplo de ello es el agua con gas. Me atrevería a decir que el 99% de los alemanes la beben de manera asidua para calmar la sed. Esto llega hasta el punto de que, si vas a un restaurante, tendrás que especificar que lo que quieres es agua sin gas (stilles Wasser, o Wasser ohne Kohlensäure si te apetece lucirte con las palabras interminables), pues de lo contrario te plantarán un vaso burbujeante.
Como el agua con gas nunca ha sido santo de mi devoción, he preguntado varias veces que qué tiene de malo el agua normal y corriente. La mayoría suele responder que desde pequeños se han acostumbrado a beber agua con gas, que les refresca más o que el agua normal les parece “aburrida”. Yo, por mi parte, sigo preguntándome dónde reside el misterio de las burbujas para hacer que los alemanes pierdan el interés por el agua de toda la vida.
Otros ejemplos de los inventos gaseosos de los alemanes son el Apfelschorle (zumo de manzana con agua con gas) o el Weinschorle (vino con agua con gas).

2.     El reciclaje es un mandamiento más. Para los que nunca supieron en qué contenedor había que tirar cada cosa, Alemania es el país ideal para llegar ser un experto en reciclaje en cuestión de horas. Si vives aquí, aprenderás a reciclar tanto si te gusta, como si no. A no ser que prefieras que tus propios compañeros de piso o conciudadanos te hagan vudú por haber tirado el envoltorio del chicle en el contenedor de desechos orgánicos.
Quizás os suene el conocido Pfand. Este es una especie de “impuesto” que algunas botellas en Alemania tienen, tanto las de plástico como las de vidrio, el cual tienes que pagar al realizar la compra, pero que te reembolsan si devuelves las botellas. Para saber si una botella tiene Pfand o no, has de encontrar una especie de símbolo con una flecha. En la mayoría de supermercados hay máquinas donde puedes introducir las botellas, para que te den un recibo que después puedes darle a la cajera, quien te descontará el importe de la compra.  
También es frecuente que te cobren Pfand en ciertos clubs o en los puestos de Navidad donde venden Glühwein, para asegurarse de que después traes de vuelta el recipiente de la bebida.
Se toman muy a pecho el respeto por el medio ambiente, así que inevitablemente te acabarás contagiando de este espíritu ecologista. Ya no verás con los mismos ojos la basura. Cuando lleves un tiempo, si por alguna de aquellas te equivocas al tirar el botellín de tu Paulaner en el contenedor del vidrio verde en vez del marrón, te embargará la sensación de que acabas de cargarte tú solo un ecosistema entero y esa noche no dormirás con la conciencia tranquila. 



3.     Zapatos fuera. Si vais a casa de un alemán, no es conveniente ir con patatas en los calcetines (por mucho que este tubérculo sea el alimento básico nacional). Tienen por costumbre quitarse los zapatos nada más llegar a casa, tanto a la propia como a una ajena. Esto tiene su lógica, ya que seguro que a nadie le gusta que le llenen la casa de barro o de suciedad. Eso sí, como el dueño de la casa no sea muy limpio, puede que acabes con los calcetines llenos de pelusa.

4.     Contacto visual. Una de las cosas que más me incomodó al hablar con los alemanes era que me sentía muy observada. En España nunca me había dado cuenta, pero cuando estamos conversando con otra persona, solemos mirar a distintas partes, porque mantener un contacto visual constante nos parece intimidante. En Alemania, por el contrario, es de mala educación no mirar a los ojos de quien te está hablando, por lo que es fundamental mantener el contacto visual con el otro interlocutor. También hay otras situaciones en las que no debes despegar la vista de la otra persona, como al brindar. Se dice que, de no hacerlo, te esperan siete años de mal sexo. Así que ya sabéis, aun a riesgo de que se os resequen las córneas, prohibido parpadear al hacer chinchín.   

5.     En los hogares con mujeres, los hombres orinan sentados. Creo que esta es una de las curiosidades que más me hizo gracia en su momento, aunque me parece más que lógica por cuestiones de higiene. Si se da el caso de que el hombre no vive solo, las mujeres alemanas no verán con buenos ojos que este orine de pie. Vamos, que está terminantemente prohibido. Seguro que a más de una esta curiosidad le resulta agradable, sobre todo si implica evitar ver los resultados de la falta de puntería de algunos…

Estas han sido algunas de las rarezas que más me llamaron la atención al llegar a Alemania, pero por supuesto que hay muchas más. Si conocéis otras y queréis compartirlas, no dudéis en añadirlas en los comentarios.


¡Que paséis un buen fin de semana! 



El mejor invento del calendario universitario alemán son las Semesterferien. Las universidades españolas podrían aplicarse el cuento, porque un ridículo fin de semana entre el último examen del primer cuatrimestre y el comienzo de las clases del segundo difícilmente puede considerarse como una pausa adecuada para que las neuronas se regeneren. Así es, después del examen de Interpretación del viernes, el lunes ya me tocaba ir de nuevo a la facultad. ¿No es maravilloso?

Quejas aparte, este cuatrimestre no pinta del todo mal. Todavía se me hace difícil asimilar que es el último del grado, aunque no negaré que tengo ganas de que este llegue a su fin para comenzar una nueva etapa. Lo bueno es que tengo tanto los miércoles como los viernes libres y que no hay ninguna asignatura que me desagrade. La mayoría de ellas son prácticas: Traducción audiovisual, jurídica, Interpretación y Traducción general de alemán 3. Aún tengo que redactar la memoria de las prácticas y en junio presento el Trabajo de Fin de Grado, pero esto no es algo que me preocupe demasiado. La incógnita que oscila en el aire y que también angustia a muchos universitarios a punto de graduarse es la conocida: “y ahora, ¿qué?”.

Una de las preguntas que surgen es si empezar un máster o no y, en caso de hacerlo, cuándo y dónde.  Los hay quienes ni siquiera se plantean la primera cuestión, pues de sobra nos han repetido veces que “sin máster, no vas a ninguna parte“. Yo personalmente pienso que esta afirmación hay que cogerla con pinzas, pues no creo que sea una verdad absoluta. Sé que la situación varía dependiendo de los estudios, así que me limitaré a hablar sobre el campo que mejor conozco, es decir, el de la traducción. Sí que es cierto que en la mayoría de grados de las universidades españolas, las asignaturas tienen como objetivo transmitir nociones básicas sobre los distintos ámbitos de la traducción; como una especie de visión general para que el alumno toque un poco cada palo y decida después en qué rama especializarse. Aun así, hay que tener en cuenta que el tema de la especialización es algo que se ve en gran parte influenciado por las casualidades del destino y las exigencias del mercado, pero esto está fuera del alcance de las decisiones que cada uno pueda tomar, por lo que no merece la pena devanarse los sesos al respecto. Pero ¿significa esto que vamos a morir al máster? Ni mucho menos.

El miedo por no saber qué hacer tras acabar el grado y la inseguridad ante la perspectiva de abandonar la universidad empujan a muchos estudiantes a optar por la vía “fácil”: continuar con el posgrado justo al acabar la carrera. En mi opinión, esto no siempre es lo idóneo. Cursar un máster no tiene por qué ser siempre mejor, sobre todo si se tiene en cuenta que la mayoría de másteres españoles solo son de un año de duración (aunque por las tasas, bien podrían durar más que el grado). Por mucho prestigio del que goce la universidad y muy bien que esté el plan de estudios, esto no supone ninguna garantía. Como dicen en alemán: Probieren geht über studieren (“la experiencia es la madre de la ciencia”). Antes de lanzarse a la aventura y desembolsar por desembolsar, quizás sea más sensato tantear un poco en el campo laboral. Hay muchos lugares donde encontrar encargos de traducción, como el sitio web para autónomos https://www.odesk.com/. Yo he trabajado como traductora para una empresa inglesa gracias a esta plataforma, ya que hay todo tipo de anuncios que van saliendo constantemente. Ojo, esto también se puede (y se debería) hacer a lo largo de la carrera, así que si alguien tiene muy claro en qué quiere especializarse, adelante con el máster.

Pero el máster no es la única opción. Hay muchas convocatorias de becas, como la de auxiliares de conversación, las cuales nos brindan la oportunidad de ganar algo de experiencia y disfrutar de un cambio de aires, lejos del entorno académico. La opción de trabajar como au pair o sencillamente irse a vivir a un país extranjero durante una temporada también pueden ser muy positivas.

Muchas veces la incertidumbre nos frena y nos aconseja que escojamos el camino seguro, que vayamos por el sendero marcado. Pero ¿qué hay del riesgo y de la experimentación? Soy de las que piensan que precisamente al acabar el grado es cuando más libertad se tiene. Con un título en el bolsillo, sin las ataduras de una familia y con ganas de demostrar lo que hemos aprendido durante nuestra formación, es el momento perfecto para salir ahí fuera y atreverse a salir de la rutina. No tiene por qué tratarse de retos ambiciosos, sino que más bien es un paréntesis para hacer aquello que siempre queríamos hacer y experimentar.


Yo he mandado distintas solicitudes de becas, por aquello de no cerrarse puertas. Tengo muy claro que quiero cursar el máster de Translatologie en la Universidad de Leipzig, pero la duda es si será después de terminar la carrera o un año más tarde. Mi consuelo es que, cuando llegue el momento de dar el paso, la burocracia alemana me esperará con los brazos abiertos. 

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