Las mudanzas han sido parte de mi vida en los últimos seis años. Por motivos de estudios o de trabajo, he vivido en Valencia, Friburgo, Heidelberg, Leipzig y Fráncfort. Este cambio incesante de residencia siempre iba acompañado de la emoción de visitar nuevos lugares y construir mi rutina en un entorno distinto al anterior, aunque sí que es cierto que también estaba ligado a tediosas tareas, como empadronarme cada vez o transportar todos mis objetos personales en cajas y maletas. Si a esto le sumamos una relación a distancia, es más que evidente que tanta rotación distaba mucho de ser ideal. Aunque considero que soy una persona que se adapta con rapidez a lugares nuevos, llevaba ya varios años deseando establecerme de manera definitiva en Friburgo junto con M. Eso ocurrió en abril de 2019.


El entusiasmo de vivir al fin en la Selva Negra se vio ensombrecido por la falta de perspectivas profesionales. Al no ser una ciudad grande, las oportunidades laborales en el ámbito de la traducción escaseaban. Ante la ausencia de otras opciones, empecé trabajando a tiempo completo como traductora autónoma. Si bien contaba con algunos clientes importantes, los encargos fluctuaban mucho, por lo que necesitaba algún empleo fijo que me diese tiempo para continuar ampliado mi cartera de clientes. Así fue como acabé de gestora de proyectos a jornada parcial en una pequeña empresa de traducción. No sería exagerado admitir que fue una de las peores experiencias profesionales hasta la fecha. Aguanté un año y dos meses, y el día que abandoné aquella oficina estaba que no cabía en mí de gozo.

Ya me había hecho a la idea de que me tocaba regresar a trabajar de nuevo como autónoma a tiempo completo, y esta vez tenía una actitud mucho más optimista, ya que había logrado afianzar más clientes y proyectos. A mediados de agosto, sin embargo, me dieron una gran noticia que cambiaría mis planes: me habían elegido para trabajar como traductora de español en el Ministerio Federal de Alimentación y Agricultura (BMEL). La decisión me pilló de improviso, porque había pasado tanto tiempo desde las pruebas de selección que ya daba por sentado que no me habían dado el puesto. Ahora me tocaba decidir a cuál de las sedes del ministerio iría: Berlín o Bonn. Dado que la idea desde un principio era mantener nuestro apartamento en Friburgo, opté por Bonn (a 3 horas y media de Friburgo en tren, frente a las 6 horas de Berlín). Esta opción es viable porque el trabajo es a media jornada, de manera que puedo seguir trabajando como traductora autónoma y vivir entre dos ciudades (además, en el BMEL ofrecen muchas facilidades para hacer teletrabajo).

No es una situación sencilla, sobre todo teniendo en cuenta que ya estaba deseando echar raíces en una ciudad concreta, pero constituye un pequeño sacrificio para conciliar la vida personal con la profesional. Por lo que he observado y a juzgar por algunos artículos, en Alemania, desplazarse por motivos de trabajo es algo mucho más común que en España. También es cierto que el sistema ferroviario pone las cosas fáciles. Creo que en nuestra generación cada vez son más las personas que se ven obligadas a cruzar grandes distancias para poder desempeñar un trabajo que se adapte a su perfil.

Actualmente ya he encontrado un pequeño apartamento en el barrio de Poppelsdorf, relativamente cerca de la estación central. Vivo en una calle repleta de edificios de la Gründerzeit, con techos altos, pequeños jardines cuidados a modo de antesala y bonitas fachadas que recuerdan al estilo palazzo. Puedo ir andando a cafeterías, floristerías y parques céntricos, a diferencia de Friburgo, donde la dependencia de la bicicleta es mucho mayor. Mi apartamento tiene vistas a un patio interior y a la Lutherkirche, una iglesia evangelista en la que predominan los elementos arquitectónicos propios del Renacimiento alemán. De momento, mis impresiones de Bonn son más que positivas. Pese a su modesto tamaño, tiene un carácter muy internacional por las diversas instituciones que tienen su sede aquí ―en parte debido al hecho de que fue provisionalmente la capital alemana hasta la reunificación―. Se respira un ambiente joven (su universidad goza de gran prestigio) y la oferta cultural no tiene nada que envidiar a la de ciudades de mayor envergadura (es la ciudad natal del compositor Ludwig van Beethoven).

Tengo curiosidad por ver cómo funciona esta nueva etapa de Pendlerin, viviendo a caballo entre Bonn y Friburgo. De momento intento ver el lado positivo de tener un hogar en dos ciudades distintas y de disfrutar del trabajo que siempre había soñado tener (por si no lo he comentado en otras entradas, la traducción institucional siempre había sido mi objetivo durante los estudios). 






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