Estas vacaciones de semestre las he pasado a orillas del Mediterráneo: dos semanas en mi natal Valencia, evitando el agobiante ambiente de las Fallas, y una en Ibiza, destino estrella de los amantes de la vida nocturna con acento español. He de confesar que esta isla nunca me había atraído demasiado, en gran parte porque no soy partidaria de los retiros de sol y playa donde el principal pasatiempo consiste en untarse con crema solar hasta los entresijos de los dedos del pie y en freírse la piel de manera uniforme, evitando así el temido acabado “fresa y nata” que tan extendido está en la comunidad de veraneantes guiris. Aun así, tras un semestre cargado de exámenes (he cursado un total de 9 asignaturas por desajustes del recién implantado plan de estudios de mi máster), la idea de relajarme en una isla cercana en temporada baja fue ganando en atractivo.

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