Si llevas tres años de ciudad en ciudad, con menos de un año de permanencia en cada una de ellas, deshaciendo y haciendo maletas, acostumbrándote y desacostumbrándote a las rutinas escogidas, pierdes la noción de qué es el hogar y de adónde perteneces realmente. Hay gente que disfruta este constante desplazamiento, porque consideran que son capaces de llenar en una simple mochila todo lo que es esencial en sus vidas. Están convencidos de que llevan a cuestas cada uno de los rincones en los que han estado. Parece que hoy en día no hay mayor expresión de libertad que afirmar no querer quedarse anclado a ningún punto geográfico. Pero ¿y si en este constante ir y venir, uno se pierde a sí mismo? Creo que eso es lo que me ha pasado sin apenas darme cuenta.



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