Entre los propósitos de año nuevo, siempre se encuentra el socorrido “hacer más deporte”. Así que te despiertas una mañana de mediados de enero, lleno de motivación e iniciativa para salir a correr al parque de tu barrio, miras por la ventana y te topas con el siguiente panorama:




Te tienen que decir que, debajo de esa gruesa capa de nieve, sigue habiendo un asfalto por donde pisar sin morir en el intento. Efectivamente, una de las adversidades de vivir en Alemania es su crudo invierno, que en ocasiones nada tiene que envidiarle a la misma Laponia. Los alemanes parecen estar inmunizados y, tanto es así, que si la ciudad amanece cubierta por un manto blanco, empaquetan a los niños en capas y capas de abrigos y salen a la calle sin pensárselo dos veces, ya sea para hacer un muñeco, para organizar una guerra de bolas o para lanzarse desde cualquier colina que encuentren.


En días como hoy de viento siberiano, no hay mejor remedio que una taza de té rooibos calentita y una buena lectura para refugiarse del frío. Al comienzo de cada año suelo elaborar una lista con los libros pendientes que me gustaría leer antes del 31 de diciembre. Como resulta lógico, esta lista va sufriendo constantes modificaciones, ya sea por alguna recomendación o por algún encuentro fortuito en la biblioteca, en una librería o en un mercadillo de segunda mano. Ya comenté alguna vez que siempre intento leer un libro en cada idioma, pues es una gran ayuda para no perder la práctica y descubrir nuevas palabras. Al español, inglés y alemán se le ha sumado hace poco el francés. Empecé no hace mucho a aprender este idioma, pero al tratarse de una lengua románica, la comprensión se hace mucho más llevadera, por lo que no conlleva demasiado esfuerzo leer novelas no adaptadas.

Dicho esto, aquí está la lista de los libros que estoy leyendo:

1.      París no se acaba nunca, de Enrique Vilas-Mata.
2.       Grundformen der Angst: Eine tiefenpsychologische Studie, de Fritz Riemann.
3.       The folded clock, de Heidi Julavits.
4.      Le voyage d’hiver, de Amélie Nothomb
Los últimos días de 2015 han sido un constante hacer y deshacer de maletas. El 22 de diciembre pasé la noche en Berlín, donde el invierno aún se resistía a llegar, al igual que en Leipzig. Teníamos mesa en un nuevo restaurante coreano que abrieron no hace mucho en Schöneberg (Wawa), donde la comida fue inmejorable, aunque mi casi nula tolerancia al picante provocó que terminase con la nariz goteando y las mejillas encendidas.


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