Antes de lanzarme de cabeza al mundo laboral, quería al menos probar la experiencia de realizar prácticas en una institución europea. A finales de enero vi una licitación para traductores de español en el Banco Central Europeo (BCE), así que me decidí a probar suerte. Como ya he comentado anteriormente, el máster que he cursado se centraba en traducción económica y jurídica, de manera que ya había adquirido algunas nociones básicas de esta especialidad durante mis estudios. De hecho, muchos de los conocimientos aprendidos me sirvieron de gran ayuda para superar las pruebas de admisión. El proceso de selección comenzó en febrero y recibí la esperada noticia de que tenía la plaza por junio. Otros pasantes me han contado que sus procesos de selección no demoraron tanto, porque al parecer esto depende del número de solicitudes que cada idioma recibe.
Partimos cuando ya había caído la noche. Estaba demasiado oscuro como para divisar los campos de arroz de la Albufera, que a esas alturas del año tenían un color verde intenso. Al bajar del coche, aparcado justo al lado del alto edificio, nos recibió una apacible brisa de mar. «Es por la montaña, que resguarda de las olas de poniente», explicó mi padre. Desde el balcón podía escucharse cómo las olas rompían varios metros más abajo. Paseamos por la orilla, prácticamente desierta, hasta llegar a la isla que se anexionó a la tierra: l’illa dels pensaments. Ahora recuerdo que no fuimos a la cueva. Quizás a la próxima.

Por las noches cenábamos en el balcón. A veces el viento era tan violento que las cosas amenazaban con volarse. Sobre el plato casi siempre había marisco, ya fuese con arroz como sin compañía, hecho a la plancha. En uno de los paseos, fuimos hasta la lonja, donde había pescado para la venta al público. Los barcos desvencijados, maltratados por el salitre, me recordaron al discreto puerto de Chioggia. Pensé en los paralelismos entre los pueblos del Mediterráneo, puntos dispersos pero semejantes.

Una mañana, logré sorprender al sol cuando acababa de empezar su ascensión desde el horizonte. Fue el único amanecer que presencié. En el agua se reflejaba un haz de luz irregular y no había nadie nadando. Aún estaban poniendo la playa a punto: algunos funcionarios buscaban bolsas de plástico o colillas, otros reforzaban los tornillos de las lamas de madera.





Hacía tiempo que quería volver a hablar de literatura. A principios de año me propuse reflexionar más sobre los libros que acababa de leer, porque muchas veces tenía la sensación de que olvidaba gran parte de lo que había leído si no le dedicaba algún que otro pensamiento posterior. En los últimos meses, cuatro lecturas me han dejado un muy buen sabor de boca, así que me he decidido a comentarlas brevemente en esta entrada.
Pocas cosas parecen sentarle tan bien a Alemania como la primavera. Las horas de luz se prolongan, en los lindes de los caminos crecen florecillas silvestres y la bicicleta se convierte en el medio de transporte preferido. Yo puse a punto mi bici a principios del semestre, con tal de no pagar el Semesterticket, que en Heidelberg ya está por los 165 € (moco de pavo en comparación con España, pero robo a mano armada con respecto a otras universidades alemanas). Seguramente me toque despedirme de mi bici, que compré hace dos años en Leipzig, a finales de septiembre, la fecha definitiva de mi mudanza, ya que ese mes todavía tengo que hacer los exámenes orales del máster. No me preguntéis por qué, pero en este país no tienen suficiente con torturar a los estudiantes con un proyecto final, sino que se aseguran de que pases un verano fantástico preparando las pruebas orales.


La inauguración del semestre de verano ha venido acompañada de una inusual ola de calor. Los autóctonos ya han comenzado a desengrasar las parrillas, a untarse en protector solar con el mismo brío con el que extienden la mantequilla en el pan y a quedarse en cueros a la mínima que avistan una masa de agua lo suficientemente profunda como para mojarse los tobillos. Aquí la subida de las temperaturas se celebra por todo lo alto. Este repentino cambio en los termómetros dificulta la misión que me toca afrontar en mis últimos meses como estudiante: la redacción de mi trabajo fin de máster. A diferencia de España, en Alemania el último semestre se destina a la elaboración del proyecto final, por lo que no se cursan al mismo tiempo otras asignaturas. En mi caso, para no comenzar una nueva existencia como ermitaña, opté por proseguir con el curso de francés del primer semestre, pero eso no quita que tenga que echar horas delante del ordenador...

Los que me conocen saben que soy una persona pragmática, de ahí que ya durante mis estudios comenzase a realizar los primeros encargos de traducción. Para ser sincera, los trabajos teóricos nunca me han entusiasmado, a pesar de que sí despertaron mi interés determinadas teorías que consideraba útiles para mi futuro profesional. Al sopesar cómo acotaría mi trabajo fin de máster, se me presentó el dilema de qué tema podría soportar durante unos cuatro meses. El principal problema radicaba en que, si bien he tenido muchas asignaturas de clara orientación práctica, el proyecto final tiene un enfoque investigador, ya que está pensado sobre todo para aquellas personas que piensan quedarse en el mundo académico. Echando la vista atrás, me acordé de una asignatura del año pasado, donde analizamos la traducción de referentes culturales. En un principio descarté la idea, porque es un tema muy trillado, pero poco después comprendí que realmente podía ser un campo de estudio interesante si escogía un planteamiento que me convenciese.

Tras darle muchas vueltas, di al fin con un título: la traducción de los referentes culturales del nacionalsocialismo en las novelas. Opté por el nacionalsocialismo debido a la cantidad de términos específicos de este período, así como a la relativa difusión de estos en el mundo hispanohablante. Mi investigación se centra precisamente en los conocimientos que los lectores potenciales de las traducciones al español poseen, para poder evaluar en función de esta variable si las técnicas de traducción de cuatro novelas han sido las adecuadas. Parte del trabajo consiste en una encuesta a hablantes de español nativos (variedad peninsular), por lo que estos últimos días me he dedicado a reclutar informantes como si no hubiese mañana. A la difusión por Facebook no podía faltarle, por supuesto, una entrada en el blog. Así que, queridos lectores, si cumplís este requisito, os estaría muy agradecida si pudieseis rellenarla. No os llevará más de 10 minutos y es totalmente anónima. Aquí os dejo el enlace:

https://www.soscisurvey.de/ma2018lsrios/ 

¡Muchas gracias!





La idea de descubrir un pedacito de Asia llevaba rondándonos la cabeza desde hace algún tiempo. Así que, aprovechando las vacaciones del semestre, reservamos vuelos para ir a uno de los destinos más populares entre muchos viajeros: Tailandia. A decir verdad, nunca me habría imaginado que este sería el primer país asiático que visitaría, pero el sabor de boca que me ha dejado ha sido tan dulce que sin duda repetiré la experiencia en otro rincón del continente. 

En la entrada anterior me preguntaron acerca de mi rutina en Alemania en comparación con la que llevaba en España. Tras darle un par de vueltas, me he dado cuenta de que, en efecto, pueden observarse algunas diferencias entre mi «vida española» y mi «vida alemana», y aquí me propongo contaros las más relevantes.

Llevaba tiempo sopesando la idea de publicar una entrada sobre este tema, pero siempre me paraba el hecho de que tampoco poseo años y años de experiencia como para proporcionar información detallada al respecto. Pese a ello, el comienzo del nuevo año me ha animado a compartir algunas cuestiones importantes a la hora de ser traductora (o traductor) autónoma en Alemania. Yo misma estaba hecha un mar de dudas al acabar el grado en Valencia, porque pocos profesores nos facilitaron datos sobre cómo es la situación en el caso de España. Por suerte, en Heidelberg tuve un seminario intensivo que duró una semana, durante la cual una traductora nos bombardeó con todo tipo de información acerca de la profesión del traductor autónomo en Alemania. Fue un curso muy exhaustivo y algo abrumador –sobre todo cuando la mujer empezó a enumerar los distintos tipos de seguros que se deberían contratar–, pero a la vez muy útil, porque dio respuesta a muchas de las preguntas que llevaban rondando por mi mente desde que me planteé dar el salto como autónoma. Por supuesto, no me voy a detener en todo lo que ella mencionó, sino en algunos aspectos clave: cómo registrarse, algunos puntos sobre contabilidad y las ventajas de formar parte de una asociación de traductores.

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