Mi
rincón preferido de la casa es el salón o comedor, donde sin duda pasamos la
mayor parte del tiempo. Este también hace las veces de oficina debido a su gran
tamaño. Tanto M. como yo trabajamos muchas horas desde casa (ya lo hacíamos
antes de la pandemia), así que nos turnamos los espacios de trabajo: a veces él
está en la mesa del salón y yo en el escritorio, y viceversa. La mesa del
comedor la adquirimos en una tienda de Friburgo especializada en muebles de
estilo vintage; sus patas son de
carácter industrial minimalista y el tablero de madera presenta una estructura
de espiga que recuerda a la de un suelo de parqué. En la misma tienda compramos
las sillas de madera de pino, más cercanas al estilo Bauhaus. En este caso nos
tocó añadir cojines de fieltro para que fuesen más cómodas.
El salón también es la estancia donde conservamos casi todas las plantas, porque es el lugar más diáfano. La mayoría de ellas reposan en el alféizar de la gran ventana que da al jardín para sacarle el máximo partido a las horas de luz. Gracias a la privilegiada orientación del apartamento, los días soleados disfrutamos del sol desde que este sale hasta que se pone. Como el salón es bastante amplio y la distancia de una pared a otra es muy grande, nos tocó comprar un mueble con ruedas para acercar la televisión. La elección del sofá adecuado no fue nada fácil, pero al final compramos uno en cuero negro de segunda mano. Al principio tuve mis dudas sobre si no quedaría demasiado sobrio y frío, pero creo que la alfombra roja con motivos geométricos y las cortinas granates logra darle un toque de calidez. Siempre nos cuesta horrores decidirnos sobre qué cuadros colgar, porque tenemos gustos un tanto distintos en este ámbito. Los dos cuadros principales del salón son un lienzo de Nietzsche pintado por amigo de M. y una pintura de Gerhard Richter (Zwei Fiats).
Otras piezas del mobiliario que ocupan un lugar importante son las estanterías de libros, que se nos empiezan a quedar cortas… Entre una lectora empedernida y un académico que escribe su doctorado, no es de extrañar que las baldas acaben hasta arriba de volúmenes apretujados. Los muebles más antiguos de la estancia son el baúl y el armario rústico, que adquirimos en una subasta en Friburgo. Aquí es donde guardamos la mayor parte de la ropa y otras piezas textiles, como manteles o sábanas. El pequeño espejo colgado encima del baúl fue un hallazgo en un mercadillo de Leipzig. Por lo demás, llama la atención que tenemos distintos candelabros (uno judío, uno un tanto barroco y otro más bien moderno). En Alemania está más extendida la costumbre de encender velas durante la cena, no tan solo en época navideña. Seguramente se deba a la oscuridad y el frío del invierno. Sea por el motivo que sea, me parece un ritual maravilloso.
El
dormitorio es de dimensiones reducidas, y da la sensación de que es todavía más
pequeño por la gran cama de madera, la cual adquirimos en una subasta. Es de
madera de nogal y tiene un marco muy grande, por lo que tenemos espacio para
depositar libros y otros objetos. Las dos mesillas de noche y las lámparas son
idénticas, mientras que el tapiz latinoamericano que cuelga sobre la cama lo
compré en Etsy de una vendedora ubicada en Berlín que se dedica a buscar joyas
en mercadillos, ante la paranoia de M. de que se le cayera un cuadro en la
cabeza durante las horas de sueño. La cómoda es un modelo básico de madera de
pino de IKEA, pero la renovamos a nuestro gusto. Lijamos toda la superficie, le
dimos una capa de barniz de color nogal y cambiamos los tiradores, para darle
así un aspecto más rústico. Nuestra cómoda apareció publicada en un
artículo de Hunker, junto con otras alternativas para convertir un
simple mueble de IKEA en una pieza única. La Monstera en el macetero verde la compramos cuando era una joven
planta de apenas algunas hojas, pero al parecer crecen a velocidad de vértigo,
y por eso nos tocó comprar un tutor de fibras de coco para guiar su
crecimiento.
La cocina, por su parte, es el rincón más moderno de toda la casa. A M. y a mí nos gusta cocinar, así que era importante disponer de suficiente espacio para cortar verduras y tener varias sartenes y ollas en la vitrocerámica. La nevera naranja es uno de los detalles que más llaman la atención a los visitantes, supongo que por su aspecto futurista y su llamativo color. En un intento por organizar alimentos básicos, compramos muchos jarros de cristal donde colocar el arroz, el maíz, los copos de avena o la harina. La cocina está directamente comunicada con el pasillo o recibidor, porque no tiene puerta.
En
el pasillo de la entrada tenemos un aparador de estilo Bauhaus, sobre el que
reposa un jarrón azul moderno con motivos geométricos, un cuenco japonés con
conchas que recogí en su día en una playa de Valencia y una botella de cristal
con un plumero de la Pampa. También tenemos un gran mueble de madera en una de
las esquinas para colocar todos los zapatos. Todavía hay bastante espacio en
las paredes, y de momentos solo tenemos tres cuadros: uno de Edward Hopper –que
figura entre mis pintores preferidos-, un antiguo gravado japonés y un cuadro
modernista que hace alusión a España.
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