Al fin han llegado las deseadas vacaciones navideñas y, con ellas, la
posibilidad de tomarme un respiro. Las últimas semanas he estado hasta arriba
de trabajo y no paraba de pensar en lo mucho que necesitaba una pausa. Aun así,
el calendario de mi universidad está diseñado de tal manera que el periodo de
exámenes es justo a la vuelta, para lograr que la cuesta de enero se vuelva un
poco más empinada. Así que no queda otra que tener los apuntes en una mano y
los polvorones en la otra. A mí este año me tocará llevarme la teoría de
Traducción especializada de paseo a Alemania, porque el sábado que viene, como
ya comenté en una entrada anterior, ¡me reencuentro con Friburgo!
Hoy me he puesto a redactar la escueta lista de cosas que llevaré en la
maleta, ya que se trata de Easyjet y solo permiten un bulto. Me negaba a tener
que donar un riñón para facturar una maleta cuando solo estaré 8 días. Esto
quiere decir que voy a tener que hacer mil artimañas para que me quepa todo lo
que tengo pensado meter. En otro tipo de viajes me habría limitado a lo
imprescindible, pero resulta que pasaré la Nochevieja, por lo que toca incluir
algún par de cosas para estar presentable en tal ocasión.
Ayer aproveché para hacer algunas compras navideñas. Acabé en Rituals,
una tienda de cosméticos de la que me habían hablado muy bien, pero cuyos
precios algo desorbitados me tiraban algo para atrás. Lo que más me gusta es
que ofrecen muchos regalos para hombres, a los que siempre es más complicado
hacerles un regalo. Los productos están elaborados con productos orgánicos y
tienen aromas muy agradables y refrescantes. El ambiente de la tienda posee
cierto aire exótico que parece sacados de la misma Polinesia y se dan mucho
esmero con el empaquetado, así que quizás vuelva pronto.
Me di cuenta de que la mayoría de las veces que estoy en el centro son
para tramitar recados y poco más, así que ayer intenté contemplar un poco la
arquitectura de Valencia y tomar algunas fotografías con el móvil (de ahí la
calidad) a algunos de mis edificios preferidos.
La semana pasada recibí el día de mi cumpleaños un paquete de Helsinki,
repleto de dulces finlandeses y una bonita postal navideña. En los envoltorios
de algunos se aprecian los graciosos personajes típicos del país: los mumins. Me
hizo mucha ilusión, pero ¿a quién no le agradan las sorpresas de este tipo?
¡Que paséis unas felices fiestas!
Parece que el invierno ya se ha dejado caer por Valencia y las
temperaturas han bajado. He aprovechado este puente para desempolvar la
decoración navideña enterrada entre cajas y cajas de trastos. Le he ganado la
batalla a los cables de las luces y me ha quedado algo medianamente decente,
aunque yo suelo tener más bien poco arte para estas cosas. Por desgracia este
año no podré disfrutar de los mercadillos navideños alemanes y tendré que
conformarme con el ambiente de aquí, que mucho tiene que envidiarle al del
centro de Europa.
Dejando aparcada mi morriña, en la entrada de hoy quiero hablaros sobre
una cuestión del aprendizaje de idiomas que me parece esencial. Seguro que os
ha pasado alguna vez: conocéis a un extranjero que habla casi a la perfección
el español, que apenas tiene acento y que, sin embargo, tiene algo que no acaba
de cuadrar del todo, algo que lo delata como no nativo. De vez en cuando, se le
escapan expresiones o palabras un tanto forzadas que, pese a ser de lo más
correctas, tú nunca dirías. Esta falta de total naturalidad es uno de los
grandes desafíos a la hora de aprender una lengua.
Tras haber lidiado con las reglas gramaticales y sus dichosas
irregularidades, con las listas inacabables de vocabulario, con todos los
tiempos verbales; nos topamos con que hay un aspecto clave para hablar de forma
apropiada: el registro. Por todos es
sabido que, dependiendo del contexto en el que nos encontremos, hablaremos de
una forma u otra. Las habilidades que nos permiten adaptarnos a las distintas
situaciones las vamos adquiriendo a medida que crecemos, pues nos vemos
obligados a desenvolvernos en distintos contextos. Pero ¿qué ocurre cuando
aprendemos una lengua y no hemos estado en contacto con situaciones
comunicativas reales? Pues que acabamos hablando como el libro de texto lo
hace. Aprendemos como esponjas todo lo que nos echan, traducimos las
expresiones a nuestra lengua materna y no nos paramos demasiado a pensar en si
algo que hemos aprendido puede valer o no según la situación.
Os voy a hablar de algo que me pasó a mí y que ejemplifica esto a la
perfección. Resulta que, al leer una novela en alemán, me encontré con la expresión
ein ums andere Mal (“una y otra
vez”). Yo la utilizo bastante en español y me pareció muy útil, así que la
apunté y memoricé para utilizarla en cuanto se me presentase la ocasión. Cuando
esta llegó, la solté muy contenta y orgullosa, pensando que la frase me había quedado
lograda y natural a más no poder. Si había salido de los labios de una
escritora alemana, eso tenía que sonar de lo más auténtico, oye. Al otro
participante de la conversación le pareció hacer gracia y me dijo: “¿ein ums andere Mal? Nadie dice eso”.
Pues sí, resulta que es una expresión que, aunque no parece demasiado
complicada y yo habría jurado que era de lo más común, prácticamente nadie la
dice al hablar, solo por escrito y sobre todo en novelas. En el lenguaje
hablado suelen decir immer wieder. En
el diccionario no establecen una diferenciación entre ambas y es imposible
discernir cuál es la más común.
Es cierto que en muchos libros se intenta que los diálogos sean
naturales y lo más cercanos posible a conversaciones reales del día a día. Sin
embargo, las frases que aquí suelen incluirse son solo la punta del iceberg.
Cuando nos toca meternos en una conversación, nos damos cuenta de que se nos
escapan muchos matices y de que no acabamos de entender muchas cosas, a pesar
de haber captado todas las palabras. Muchas veces, la culpa la tienen los giros
idiomáticos o expresiones coloquiales.
Frases hechas que, por regla general, no suelen venir recogidas en los libros
de texto.
¿Qué podemos hacer entonces para aprender el “lenguaje de la calle”?
Aunque la clave suele ser relacionarnos con nativos e ir adquiriéndolo poco a
poco, hay libros específicos que pueden facilitarnos mucho la tarea. Ejemplo de
ello son unos libritos de PONS que a mí, personalmente, me parecen muy útiles. Tengo
dos volúmenes en inglés (Word up! 1 y
2) y dos en alemán (Was geht? y Das kannst du laut sagen). Recogen expresiones coloquiales con
ejemplos de uso bastante acertados y la traducción en español. Algunos ejemplos
son de lo más divertidos, por lo que hacen que sea una lectura muy amena. Si
conocéis a alguien que le gusten los idiomas, pueden ser la perfecta solución
para evitar quebraderos de cabeza sobre posibles regalos de Navidad.
Otra muy buena manera de ir adquiriendo la jerga son los podcasts. Sobre
todo en aquellos en los que el público llama para dar su opinión y donde todos
los oyentes pueden participar. Uno de mis preferidos es High Noon, perteneciente a la emisora de radio Fritz.
En el programa suelen lanzarse preguntas de todo tipo y la gente llama para dar
su punto de vista o contar su experiencia. Los temas van desde cuestiones de lo
más banales e íntimas como “¿qué os parece sexy?” o “¿con quién vivís?”, hasta
aspectos más controvertidos y relevantes como los extremismos o los tipos de dieta
más saludable.
En inglés, suelo escuchar al joven comediante Matt Edmondson,
cuyo acento británico es adorable a más no poder y bastante claro. Comenta
sucesos relevantes actuales de una manera informal y con comentarios jocosos.
Es bastante complicado pillar todos los guiños, porque ya se sabe que los
ingleses tienen un humor muy propio.
Estas son solo algunas de las posibles opciones para aprender el argot,
pero hay muchísimas más que seguro que también son muy útiles. ¿Conocéis algunas
más? En tal caso, ¡no dudéis en comentarlas!
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