domingo, 10 de enero de 2021

Días festivos en Berlín


A diferencia de otros años, cuando siempre regresaba a Valencia por navidades, esta vez me he quedado en Alemania dadas las circunstancias. El 22 de diciembre viajamos en tren hasta Berlín, donde nos quedamos casi dos semanas. Debido a las restricciones de la pandemia, pasamos mucho tiempo en casa de la madre de M., retomando lecturas olvidadas, hablando durante horas y degustando todo tipo de galletas navideñas con té recién hervido.

Un día, con el objetivo de escapar del tumulto de la ciudad, nos acercamos a Lübars, una pequeña localidad dentro de la capital donde se respira un ambiente de lo más rural. Todas las calles presentan un adoquinado irregular, por lo que sin duda debe ser un desafío recorrerlas en bicicleta. De hecho, el medio de transporte que vimos con más frecuencia fueron caballos, ya que numerosas hípicas y establos circundaban el pueblo. Después de varias horas caminando, con las manos entumecidas y las mejillas insensibilizadas por el frío, regresamos a Schöneberg en S-Bahn.

En Nochebuena encargamos un ganso para llevar, que venía acompañado de una guarnición de col lombarda y Klöße (bolas de patata y harina típicas de la gastronomía alemana y austríaca). Durante esta cena tan contundente, descorchamos una botella de uno de mis vinos tintos preferidos, Mestizaje, el cual me llegó un gran paquete que mis padres me enviaron de España. Una vez terminada la cena, abrimos los regalos. Este acto tan simbólico de la Navidad, que aquí recibe el nombre de Bescherung, tiene lugar en los hogares alemanes por la noche, en vez de por la mañana.






Los días transcurrieron a un ritmo pausado ante la imposibilidad de acudir a establecimientos culturales o restaurantes. Se acabó asentando una rutina que me sirvió para desconectar por completo, pues no me había llevado el portátil. De hecho, me alejé bastante de las pantallas. No vimos demasiadas películas, sino que por las noches jugábamos a las cartas o comentábamos los caprichos de Goya, intentando dar con una interpretación plausible de los satíricos grabados si bien siempre terminábamos comprobando nuestras intuiciones en internet.  La casa de la madre de M. es muy acogedora y está repleta de detalles improvisados y rincones únicos, así que no poder acudir a muchos lugares resultó no ser tan grave como pensaba.

Pese a todo, las restricciones de la pandemia no pudieron evitar que realizásemos dos visitas obligadas: el fotomatón de Kreuzberg y mi librería preferida (Dussmann). En el primero logramos hacernos varias series de fotos porque al parecer había un defecto con la máquina, algo que nuestros bolsillos agradecieron. En Dussmann compré un libro sobre los viajes de Humboldt y otro en inglés, una secuela cuya primera parte no he leído todavía.






Siempre agradezco pasar algún tiempo en una ciudad grande, y es muy probable que un futuro no muy lejano nos toque mudarnos a Berlín, pero tras una temporada tan larga fuera de casa, echaba de menos las montañas de Friburgo. Cuando volvimos, pasaron apenas unos días hasta que nuestro jardín se vistiese de blanco gracias a las constantes nevadas de esta zona (aunque parece que en España también ha nevado como no lo hacía en años).




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