Las últimas semanas han sido un estrés
constante, de ahí que no haya podido actualizar. A grandes rasgos podría
resumirse así: de despedidas en Friburgo, aislamiento absoluto en las jornadas
de Colonia y un no parar desde que me mudé a Leipzig.
El 14 de septiembre cogí un ICE hacia la
estación principal de Colonia, el punto de encuentro para los auxiliares de
conversación españoles, ya que desde allí nos recogerían en autobús para ir al
hotel de Maria in der Aue, situado en un emplazamiento de lo más idílico
(vamos, en mitad de la nada). Aquí pasamos tres días enteros encerrados,
asistiendo a charlas explicativas sobre la burocracia alemana y sobre cómo
desempeñar nuestra tarea de auxiliar. Nos dividieron en grupos de acuerdo con
las regiones a las que nos habían destinado. A mí me tocó en el grupo
“batiburrillo” con los Bundesländer pequeños donde apenas había auxiliares,
como Berlín, Turingia y Schleswig-Holstein. Como ya comenté en otra entrada, la
mayoría de españoles se encuentran en Renania del Norte y Baja Sajonia. Como
parte de estas jornadas, nos dieron la oportunidad de dar una clase, en la cual
el resto de compañeros eran los alumnos. Podéis imaginaros el esfuerzo que
suponía hacerse pasar por un adolescente alemán con nociones de español
prácticamente nulas. A veces no estaba clara la línea entre la falta de
conocimientos de español y cierta discapacidad mental.
El jueves 17 llegué al fin a Leipzig, donde me
acogió una bonita noche de lluvia. Por suerte mis compañeras de piso estaban
esperándome con la cena en la mesa, así que no fue tan grave. Desde entonces la
verdad es que no he tenido demasiado tiempo para descubrir la ciudad, ya que he
estado muy liada en el colegio de Altenburgo. Como aún no me he matriculado en
la universidad y el Semesterticket no es válido hasta el uno de octubre, mi
mentor de español se encarga de llevarme al colegio. Me recoge siempre en
Markkleeberg, una ciudad al sur de Leipzig.
El 18 comencé mi tarea como auxiliar y la
experiencia está siendo muy positiva hasta el momento. Tengo tanto los martes
como los viernes libres, así que podré aprovechar para ir a clases de la
universidad. Español se da en las clases 9, 10, 11 y 12, por lo que los alumnos
tienen entre 14 y 18 años (en plena pubertad, sí). El único problema es que en
la mayoría de grupos el nivel es algo bajo, por lo que a pesar de que intento
hablar despacio y hacer muchos gestos, en ocasiones me miran con una cara como
si les estuviese hablando en fariseo. La excepción es la clase 12, donde hay
varios alumnos que han estado viviendo durante un año en Sudamérica, así que
tienen un nivel muy bueno y pueden organizarse muchas actividades con ellos.
Aún sigo en proceso de amueblar mi habitación,
que en estos momentos es una gran muestra de minimalismo en todo su esplendor.
Las siguientes fotos son prueba del escaso inventario que llevo por el momento:
un colchón, un escritorio pequeño y una silla. Tanto el escritorio como la
silla los encontré por eBay Kleinanzeigen. Por suerte para mí, este fin de
semana tiene lugar un mercadillo de antigüedades en el sur de Leipzig, el cual
se celebra al final de cada mes. Al parecer pueden encontrarse verdaderas
gangas.
Lo poco que he visto de Leipzig ha sido sobre
todo en mi barrio, en el Südvorstadt. Cerca de donde vivo está la
Karl-Liebknecht-Straße, donde hay todo tipo de tiendas, restaurantes y
establecimientos estrafalarios, como una peluquería con la estética de los años
50 o una tienda de ropa Cowboy.
Leipzig es una ciudad de contrastes, donde los
edificios soviéticos se alternan con fachadas clasicistas y villas imponentes.
A diferencia de Berlín, no está todo tan delimitado por barrios, sino que las
distintas arquitecturas se van combinando. Es muy frecuente ver hileras de
edificios idénticos y simétricos, con la única diferencia del color de la
fachada. Con echarle un vistazo a las fotografías, sabréis a qué me refiero.
En el centro de la ciudad solo estuve anteayer,
para realizar unas compras imprescindibles. Me gustó mucho la gran cantidad de
tiendas que había y los edificios antiguos, así que espero poder volver pronto
y pasear con más calma.
Las despedidas en Friburgo se hicieron duras, pero los últimos días fueron de lo más agradables. La madre de la familia nos invitó a mi novio y a mí a un restaurante tradicional en March, una combinación de granja y restaurante donde ofertan lo que ellos mismos producen. La última noche fui con Milan a un restaurante italiano al lado de la estación principal en el que curiosamente nunca habíamos estado (con lo que a nosotros nos gusta la comida italiana, es todo un crimen). Las pizzas son gigantes y los precios comedidos, así que seguramente repitamos cuando regrese a Friburgo.
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