El arbusto del jardín se ha vuelto tan tupido que cuesta distinguir a la gente que pasa a orillas del río. Para mí, ese es el signo de que la verdadera primavera (no la del calendario) ha llegado. No he pisado Bonn desde diciembre, cuando se anunció que todos los empleados y empleadas del ministerio tenían que hacer teletrabajo, así que mi apartamento lleva vacío cinco meses y medio. La planta de mi despacho y la de mi pequeño apartamento en Südstadt han pasado a mejor vida. A modo de compensación, estos últimos meses he estado mimando nuestro pequeño jardín y las plantas de nuestra vivienda en Friburgo.
Este mes ha
empezado con lluvias persistentes, aunque abril fue uno de los más soleados
que recuerdo. Ya sea fuera, tumbada en la hamaca, o dentro, arrebujada en la
manta de terciopelo, he aprovechado para ponerme al día con algunos libros que
compré hace poco. Últimamente estoy obsesionada con dos escritores: Donna Tartt
y Francisco Umbral. No podrían ser más distintos entre sí, pero por caprichos
de la casualidad me ha dado por alternar la lectura de ambos. Empecé a leer las
novelas de Tartt en orden inverso al de su publicación. Leí The Goldfinch hace un año y me pareció
una obra magnífica, durante las vacaciones en Múnich le hinqué el diente a The Little Friend y me llevé una
decepción, porque claramente no estaba a la altura del primero. Ahora, con The secret history, he recobrado la
fascinación por esta autora. Si bien no soy muy proclive a leer novelas negras,
los libros de Tartt son una excepción a esta regla. En mi opinión, lo mejor de
esta autora es su capacidad de crear una atmósfera melancólica llena de
suspense con personajes enigmáticos. Pese a relatar hechos que no quedan muy
atrás en el tiempo, parece que todo tiene lugar en una época remota, quizás
debido al marcado estilo dickensiano. En
cuanto a Umbral, admito que di con él gracias al aclamado documental en Filmin.
Quedé maravillada con Mortal y rosa,
un monólogo lleno de lirismo en el que se toca un tema tan delicado como es la
enfermedad y muerte de un hijo. Ahora he optado por continuar con La noche que
llegué al Café Gijón, donde el escritor mantiene su característica prosa
poética y nos habla acerca del panorama literario de los 60 en la capital
española.
Los días de sol,
aprovecho para dedicarle un poco de tiempo al jardín. Hace poco compramos cajas
de vino antiguas y sacos de café para montar un pequeño rincón de hierbas
aromáticas. En el arriate ya tenemos salvia, cebollino, tomillo y menta, así
que buscamos otras hierbas para este lugar: albahaca, romero, orégano y
perejil. Además, recientemente compramos unas tablas de madera para montar un
pequeño huerto, y de momento tenemos cebolla, ajo y acelgas, pero dentro de
poco va a haber más variedad. Nuestro vecino nos regaló algunas semillas y nos
prestó un pequeño invernadero en el que crecen distintas plantas, como tomates,
girasoles, lechugas y brócoli. Últimamente tengo muchas ganas de ampliar mi
conocimiento sobre botánica (no solo por motivos profesionales, sino también
personales), así que me compré un libro sobre plantas y flores. Es de gran
formato y tiene magníficas ilustraciones en papel satinado. Siempre me ha
encantado la biología, así que estoy impaciente por refrescar los conocimientos
que adquirí en la escuela disfrutando de esta nueva lectura didáctica ―eso
sí, tumbada en la hamaca con el libro sobre las piernas, que pesa lo suyo―.
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