Así es como se llama la residencia que me ha tocado y en la que viviré durante mi año de intercambio en Freiburg. Después de un constante sinvivir mirando el correo cada dos minutos, de maldecir toda propaganda que acababa en mi bandeja de entrada y alimentaba mis esperanzas en vano, el pasado sábado al fin me llegó un e-mail del Studentenwerk con la oferta de mi habitación.


La verdad es que no podría estar más contenta con la residencia que me ha tocado. Es la más cercana al centro histórico de la ciudad y de la universidad (apenas 15 minutos a pie) y está situada en una zona tranquila llena de estudiantes. Se trata de un WG (Wohngemeinschaft) de 5 personas, por lo que me toca compartir la cocina con otras 4 personas, lo cual es una oportunidad perfecta para hacer vida en común (véase socializar). El baño también lo comparto, pero hay uno para chicos y otro para chicas.

Esta residencia es junto a Stusie la que más me gustaba de todas las que había. La desventaja de la primera es que está más alejada de la ciudad. Stusie era la que tenía más probabilidades de que me tocase, ya que es la más grande de todas: se alojan casi 1.800 estudiantes. Sí que es cierto que aquí hay muchos más estudiantes internacionales y más ambiente, pero creo que la zona que me ha tocado es mucho mejor para poder disfrutar de un poco de tranquilidad. Para ir a las fiestas que se organizan allí puedo desplazarme en transporte público o incluso a pie a altas horas de la noche (22 minutos). Cuando llevas dos años de universidad recorriendo 20 minutos (en pendiente) para llegar a la estación de metro, esto se convierte en un paseo sin importancia.  

Además, en Stusie hay muchos edificios antiguos en mal estado, mientras que aquí son estéticamente mucho más bonitos. Por lo que he podido leer, antes era un hospital militar francés. Sin embargo, al parecer a mí me ha tocado el último edificio que ha sido construido, que es bastante nuevo. De todas formas, no estoy del todo segura, porque a esta conclusión he llegado a base de stalkear planos y diversas deducciones. Que digo yo que ya podrían mandar una foto del edificio en condiciones, en vez de dejarte que indagues por tu cuenta.



Mi supuesto edificio

Pero no solo la ubicación es un punto a favor de esta residencia. Lo bueno de Stühlinger es que la mayoría de los estudiantes que se alojan son alemanes, por lo que voy a poder continuar practicando el idioma teutón. Una de las desventajas de Stusie era precisamente que está plagada de españoles, lo cual no es ideal para perfeccionar otros idiomas. Porque, a pesar de que hay excepciones contadas con los dedos de una mano, los encuentros con vecinos de la madre tierra suelen ser algo así:

Españolito 1: Hey, how’re you doing?
Españolito 2: Hi! I’m doing fine, what about you? What’s your name?
Españolito 1: Pepe.
Españolito 2: ¡No jodas! Y yo haciendo el gilipollas hablándote en inglés. ¿De qué parte de España, tío? Menudo alivio oír al fin cristiano.


Vale, quizás haya exagerado un poco la situación, pero estos individuos me tocan la nariz a dos manos. Siempre me ronda una básica pregunta: ¿¡A qué coño has venido de intercambio!? Porque no sé tú, pero yo español puedo hablarlo en mi casa y ahorrarme el dinero que esto cuesta, majete. Así que si quieres caerme bien y que no te haga vudú por las noches: ¿podemos seguir fingiendo que no compartimos lengua materna? Thanks a lot, man.

Porque sí, las ayudas del Erasmus son de risa (con mayúsculas) y no dan ni para papel higiénico. Ayer me puse a hacer el presupuesto del primer mes y cada vez que añadía apartados en el Excel me daba un pequeño infartito al observar la cifra final. Está claro que es el peor de todos, porque hay que pagar la fianza (con el importe de la cual me da para montarme un bungaló en mitad de la Selva Negra y vivir el resto de mi vida), las tasas administrativas, el Semesterticket, el material de las clases… Hola, prostitución dependencia parental.

En cuanto a mi vida de au pair, por aquí todo va bastante bien. Ayer fui con la familia a un restaurante griego y probé de nuevo el Gyros (la última vez fue el año pasado, también en Alemania). Es una especie de carne de kebab que acompañan con cebolla y una salsa de yogur.

Más tarde fui con la HK mayor al bosque. Se nota que ya comienza a refrescar, así que nos tocó llevarnos chaqueta. Se le ocurrió la “ingeniosa” idea de recoger bayas y ponerlas sobre un trozo de tronco, dejarlo en un riachuelo y esperar hasta que este llegase a África para que así los niños tuvieran qué comer. Supongo (y espero) que estaba de broma y sencillamente fue un bonito gesto, porque tiene ya 12 años.





Lleva unos días nublado, por lo que parece que el otoño ya haya llegado a Alemania. Sí, ahora que me había dado por ir las mañanas a nadar en la piscina. 
Este fin de semana ha estado plagado de contrastes. Incidentes un tanto desafortunados y, al mismo tiempo, experiencias inolvidables.

Como comenté en la entrada anterior, iba a pasar dos días en Freiburg, mi ciudad preferida y mi lugar de residencia a partir de octubre. El sábado 17 madrugué como de costumbre y me puse en camino hacia la Selva Negra, en un trayecto que duró en torno a dos horas. A las 8 en punto ya estaba en la estación principal, preparada para reencontrarme con la ciudad de la que me enamoré perdidamente hace justo dos años.

El destino o algún mal de ojo quiso que a principios de la semana pasada se me fastidiase el objetivo de la cámara, por lo que la mayoría de las fotos no tienen la calidad que me gustaría. Aunque bueno, al menos sigue haciendo fotos, que es lo que importa. Al parecer se ha cascado el mecanismo interno, por lo que cada vez que la encendía sonaba una especie de ruido del demonio que semejaba una ametralladora. Más de un turista japonés me ha tomado por terrorista. Una solución sería comprar un objetivo nuevo al llegar a España, pero lo he estado pensando bien y seguramente me compre otra cámara (ya tengo el modelo claro), ya que esta tiene cuatro años y medio. Así que gran parte de los ahorros que he ganado este verano como au pair van a ir destinados a una nueva cámara.

Nada más llegar me dirigí a Colombipark, un pequeño parque en pleno centro con un edificio de lo más pintoresco. Una de las cosas que más me gustan de Freiburg es su tamaño. Al tratarse de una ciudad mediana, prácticamente está todo bastante cerca. Gracias al Straßenbahn (tranvía) se puede estar en pocos minutos en cualquier parte. Yo personalmente preferí  ir a todas partes a pie a falta de una bicicleta. La mayoría de los estudiantes allí optan por las dos ruedas, ya que la ciudad está repleta de carriles bicis.

 Colombipark






Una de las peculiaridades de la ciudad son los pequeños canales de agua que la recorren, conocidos como Bächle. El agua proviene del Dreisam, el río que atraviesa la ciudad. En verano la gente aprovecha para poner los pies en remojo o sencillamente refrescarse. Y es que Freiburg es, según dicen, la ciudad más cálida de toda Alemania.


Dreisam


La plaza principal (Münsterplatz) es otro de mis lugares preferidos de la ciudad Aquí es donde está situada la impresionante catedral, así como un mercado repleto de puestos con productos de todo tipo. Te puedes encontrar con una gran variedad de quesos y yogures, mermeladas y tartas caseras, frutas y verduras frescas, flores recién recogidas, el típico embutido alemán… Es probablemente el corazón de la ciudad y un paraíso para los cinco sentidos.



Otro de los lugares con más encanto de la ciudad en mi opinión es un mirador que hay desde donde puede vislumbrarse prácticamente toda la ciudad. Disfrutar de un atardecer allí es uno de esos pequeños placeres de la vida que todo turista debería experimentar, porque de veras que merece la pena. Es posible ver la ciudad desde un punto más alto, por lo que si hay ánimos para seguir subiendo escaleras, lo suyo es ir hasta la Schlossbergturm, una torre de metal desde la cual se puede observar todavía mejor Freiburg y su idílico emplazamiento.




Aproveché también para ir a ver la universidad, ya que tenía curiosidad por ver donde tendrían lugar algunas de mis clases a lo largo del próximo año. A pesar de que todas serán en el casco antiguo de la ciudad, están repartidas en edificios distintos. Seguramente las primeras semanas sea un verdadero caos hasta que me acabe acostumbrando.




Al mediodía fui a comer al McDonald’s y me tocó sentarme al lado de un chico a falta de más sitio libre (luego resultaba que en la planta baja había muchísimas más mesas. Aplauso para mí). Llevaba una bufanda del equipo de Freiburg, porque al parecer había un partido del equipo local contra Mainz. Estuvimos conversando un rato y se ofreció a enseñarme un poco más de la ciudad, como sitios donde la comida está a muy buen precio y algunas tiendas interesantes. Me encanta comenzar a hablar con desconocidos que resultan ser la mar de majos.

Por la tarde quedé con un amigo mío que vive y estudia allí. Ahora está trabajando en el Goethe Institut, por lo que fuimos en coche con el resto de su grupo a un lago de las afueras. Algunos de ellos se atrevieron a bañarse, a pesar de que ya era algo tarde y empezaba a refrescar. Resultó que el lago estaba lleno de mierda de pato, por lo que fue toda una suerte no meter ni los pies.


Para la cena decidimos ir a un restaurante cerca de Augustinerplatz. Probé la cerveza Ganter Urtrunk, que me sorprendió para bien. Esta marca es la típica de allí, porque la fábrica se encuentra justo a orillas del río. Lo que no fue un acierto fue la comida. El Flammkuchen que me pedí estaba tan salado que no pude terminármelo. Nada que ver con el que me pedí en Baviera, del que habría repetido y todo.

 Brauerei Ganter

Pasé la noche en el Black Youth Hostel, un hostal a escasos minutos del centro histórico. Como buen viaje de bajo presupuesto, compartí la habitación con otras veinte personas. He de decir que el sitio no está nada mal, porque tiene una cocina donde puedes prepararte todo lo que quieras, una sala común e incluso ordenadores con Internet por los que no hay que pagar nada (en la mayoría de sitios te hacen meter monedas y hay límite de tiempo).  Estaba bastante limpio y casi ni me enteré de que compartía la habitación con tantas personas, a excepción de algunos ronquidos algo molestos.

El domingo fue a visitar la Stusie, la residencia que alberga al mayor número de estudiantes.  Me decanté por esta porque todavía no he recibido respuesta del Studentenwerk (me encanta lo que tardan), así que es la que probablemente me tocará. Se encuentra justo al lado de un gran lago y no está muy lejos del centro, así que está bastante bien.



Después quedé con otro chico que conocí el año pasado en Göttingen. Me estuvo contando cómo había pasado 6 meses viajando por Australia, Nueva Zelanda y las Islas Fiji. Yo le escuchaba con cara de “envidia infinita”. Sí, hay gente que la verdad es que se lo monta muy bien.  

En resumen, mi visita fugaz a Freiburg mereció sin lugar a dudas la pena. Consiguió que se incrementasen mis ganas por vivir ya allí.

Sin embargo, al regresar a las once de la noche a Haßloch me esperaba una sorpresa desagradable: mi bici no estaba. A pesar de haberla dejado con candado en el lugar de siempre, la habían robado. Por lo que he podido oír,  hay muchos ladrones de bicis en la estación. Sí, en Alemania. Sí, donde se supone que no roban las bicis ni aunque las dejes sin candado. Parece ser que no es oro todo lo que reluce.

Me tocó ir andando hasta casa, porque lógicamente no iba a llamar al padre para que me recogiese, ya que no quería molestarle. 50 interminables minutos hasta que llegué al fin. Y, por si eso ya no era mala suerte, se puso a llover a mitad camino. Suerte que llevaba un paraguas en la mochila por si las moscas.

Hoy era el primer día de colegio de la pequeña monstruo. Allí iba ella con su súper Schultüte repleta de golosinas. En Alemania tienen la costumbre de llevar una especie de cono gigante lleno de chucherías el primer día de colegio. Cada uno va decorado de una manera distinta. Como es lógico, todo el trabajo manual lo terminan haciendo los padres.


A pesar de los incidentes que ha habido, ha sido una gran semana. 
Tal y como comenté en la entrada anterior, el martes nos pusimos en camino hacia Baviera de vacaciones.  Mi HD había reservado una casa al lado del Ammersee, que se encuentra cerca de Múnich, así que fuimos hasta allí en coche. Tres horas de viaje durante las cuales se repitió eternamente la frase de: Wann sind wir endlich da? Menos mal que, en su infinita sabiduría, el padre había traído consigo la mágica tablet, capaz de tener absorta por completo a la pequeña monstruo. 

El miércoles fuimos a los estudios de Bavaria Film en Múnich, una de las mayores productoras cinematográficas de Europa.  Allí se han rodado películas tan conocidas como La historia interminable o El Perfume. Además, muchos programas alemanes y telenovelas también tienen aquí su lugar de rodaje. Hicimos un tour guiado por los distintos platós, desde el estudio donde se graban los pronósticos del tiempo hasta la recepción de un hotel donde tiene lugar una telenovela un tanto cutre titulada Sturm der Liebe.

Durante la visita, la guía nos preguntó retóricamente: ¿Os habéis dado cuenta de que a los alemanes nos gustan mucho las series policiacas? Me da por poner cara de póquer y pensar: No sé si ellos se habrán dado cuenta, pero a mí ya me salen los Krimis por las orejas. Porque sí, curiosamente los alemanes sienten un amor indescriptible por toda serie policial con asesinatos. La archiconocida es Tatort. Esta “fascinante” serie policial es, en mi opinión, mano de santo para el insomnio. Lo único destacable a mi parecer es que cada capítulo tiene lugar en una ciudad distinta, por lo que los personajes tienen siempre el acento característico de la zona. Está bien para ir haciéndose a las peculiaridades regionales, pero la serie en sí misma es un muermo que lleva en antena desde los 70. Vamos, casi tanto tiempo como Saber y ganar en España (lo sé, lo sé, me he pasado con la comparación).



El resto del tour pasó sin mayores sobresaltos, quitando de un incidente protagonizado por la pequeña monstruo. Todo ocurrió mientras estábamos en la sala donde se rodaron algunas escenas de Ludwig II, una película sobre el rey de Baviera que se estrenó el año pasado. La guía comentaba entusiasmada cómo habían reconstruido la carroza dorada y se habían invertido miles de euros en ella, cuando, de repente, se oye un estruendo que retumba en toda la sala. Llamarlo pedo resultaría un eufemismo en toda regla. Todo el grupo se giró alarmado y a la niña no se le ocurrió otra cosa que disimular, poniendo cara de no haber roto un plato nunca. Todavía sigo preguntándome cómo de algo tan pequeño pudo salir semejante sonido. Esta pequeña de 6 años tiene un serio problema de gases. No porque se tire muchos, sino porque cada vez que lo hace, te pregunta siempre: Igitt, hast du gefurzt? (¡Qué asco! ¿Te has tirado un pedo?). Cuando, claramente, ha sido ella quien lo ha hecho. Antes muerta que reconocerlos como propios.

Por la noche fuimos a un típico restaurante bávaro a orillas del Ammersee. Allí habíamos quedado con un amigo del HD que era de Holanda y con su mujer de Korea. Al holandés costaba horrores entenderle y llegué a dudar más de una vez si realmente hablaba alemán u holandés. La mujer había hecho un curso de español en el Instituto Cervantes de Múnich y se esforzaba por soltarme algunas palabras. Muy majos ambos. Y la comida riquísima. Me pedí un Flammkuchen gigante con queso y jamón, que es posiblemente uno de mis platos alemanes preferidos.

El jueves por la mañana fuimos al Olympiapark, que es un complejo que se construyó para los Juegos Olímpicos de 1972 en Múnich. Apenas hicimos turismo por el casco antiguo de Múnich, la verdad, aunque por suerte yo ya había estado en esta ciudad el año pasado durante una semana. Subimos a la torre desde donde podía verse prácticamente toda la ciudad.



Al caer la tarde dimos una vuelta en barca por el Ammersee. A los niños les entró en la cabeza que querían bañarse, pero no tenían bañador. Así que se quitaron todo hasta quedarse en ropa interior y se lanzaron al agua. Tenían la obsesión de que la gente les observaba todo el rato, pero las ganas de nadar eran más fuertes.






Ayer llegamos al mediodía de nuevo a casa. Las vacaciones han sido muy cortas, pero me alegré de regresar, porque pasar todo el día con los niños al final terminaba siendo algo cansado y necesitaba tiempo para mí sola. Cuando llegamos, nos esperaba la sorpresa de que el jardín ya está casi terminado. No sé si lo comenté en entradas anteriores, pero están de reformas, así que todo el jardín lo han hecho nuevo. Lo único que falta por terminar es el horno de piedra para hacer pizzas, porque el HD es un amante de la cocina italiana.





Escribo esta entrada medio moribunda en la cama. Al parecer tengo fiebre desde ayer por la noche, por lo que llevo todo el día drogándome a base de ibuprofenos y bebiendo agua como si no hubiese mañana. Siempre me tienen que pasar a mí estas cosas: con fiebre en verano. Tengo los músculos agarrotados y el dolor de cabeza parece no querer irse.

Ayer me fui a Mannheim de compras, una ciudad universitaria a 20 minutos de donde vivo. La ciudad no es que tenga grandes monumentos, a excepción de la Wasserturm (torre del agua), pero la calle de tiendas está plagada de boutiques y todo tipo de marcas de ropa, por lo que aproveché para hacer algunas compras. Me hice con una camiseta de H&M, un colgante y unas pulseras de I am, tienda de bisutería que no he visto en Valencia.





También fui al edificio principal de la universidad, donde dio la casualidad de que había una graduación. Todos iban con birretes a lo americano y lucían la mejor de sus sonrisas. Se me hizo raro pensar que solo me quedan dos años para graduarme a mí también. Ach, cómo pasa el tiempo.

El martes me marcho a Múnich de vacaciones con la familia. 4 horas de viaje en coche con los cuatro pequeños va a ser todo un desafío, teniendo en cuenta que ya en los trayectos de quince minutos preguntan tropecientas mil veces: ¿Cuánto queda? ¿Cuánto queda? Os contaré si no me he tenido que cortar las venas a medio camino. Aun así, seguramente merezca la pena. El año pasado ya estuve una semana en Múnich y quedé encantada con la ciudad.

Otra buena noticia es que ya tengo los billetes de tren para Freiburg (¡sí, al fin!). Me marcho el 17 de buena mañana y regreso el 18 por la noche. He reservado una cama en el albergue Black Forest Hostel, porque estaba muy bien de precio y se encuentra prácticamente al lado del centro. Lo único es que tengo que compartir habitación con otras veinte personas, pero a fin de cuentas lo fundamental es tener un techo bajo el que dormir. Con un poquito de suerte tendré ya para entonces la residencia asignada y podré “stalkear” un poco por los alrededores.

Hace nada ha entrado la niña mayor y me ha traído una bandeja con la cena y una manzanilla con miel bien calentita. Me he derretido de amor. Una de las ventajas de estar enferma es dejarte mimar. Después me ha traído una carta con los postres (bastante asequibles, como podéis observar), y ahí ya ha sido cuando he acabado de derretirme.




La entrada de hoy es algo más corta de lo normal, pero mis neuronas ahora mismo no dan para mucho más.


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