sábado, 1 de agosto de 2020

Escapada a Múnich


La capital de Baviera es una ciudad señorial que hace gala de su pasado histórico. Todo en ella es distinguido: desde sus imponentes iglesias barrocas hasta el vestuario estudiado de sus habitantes. Las amplias avenidas bañadas de luz poco tienen que ver con los tortuosos callejones a los que Friburgo me tiene acostumbrada. El orden canónico de las fachadas parece reflejarse también en el armario de los muniqueses, quienes visten con frecuencia prendas caras de claro corte clásico, el extremo opuesto a los atuendos despreocupados e improvisados de la gente de Friburgo. Podría decirse que en Múnich hay mucho señoritingo y que en la ciudad de la Selva Negra reina más bien el ambiente hippie.


En nuestro primer día, dimos una vuelta por el centro de la ciudad, cosechando impresiones y sin ningún destino en mente. Visitamos algunos puntos clave, como la plaza del ayuntamiento (Marienplatz) o el inmenso Jardín Inglés (Englischer Garten), repleto de adolescentes que amortizaban las horas de sol con juegos de pelota. El martes hicimos un pequeño recorrido cuyo punto de partida fue la Haus der Kunst, un museo neoclasicista construido con fines propagandísticos durante el Tercer Reich. A continuación paseamos hasta el Hofgarten, un jardín barroco muy céntrico desde donde puede contemplarse la Theatinerkirche, cuya llamativa fachada amarilla puede verse desde cualquier punto de Odeonsplatz. Con los pies algo martirizados, decidimos darnos un capricho alcohólico en uno de los bares más emblemáticos de Múnich: Schumann´s. Otra visita obligatoria era el Viktualienmarkt, un mercado al aire libre que lleva en activo desde 1807. En los puestos venden todo tipo de alimentos: zumos, especias mediterráneas, salchichas, verduras…



 

El miércoles tomamos el desayuno en el Caffè Conte, donde nos sirvieron un bol de açaí con cereales, un zumo de naranja y zanahoria, dos capuchinos, un Franzbrötchen (cruasán de canela) y un sándwich de salami (M. es más fan de los desayunos salados, mientras que a mí me entra la vena golosa durante las primeras horas del día). Tras reponer fuerzas, nos pusimos en camino al Starnberger See, uno de los lagos más conocidos de Múnich. Nada más llegar, nos encontramos con una familia de cisnes en la orilla. No estaba repleto de turistas y el calor era soportable, de manera que había muchos roquedales que invitaban a tomar asiento para contemplar las aguas en tranquilidad. Nos dimos un chapuzón rápido y cogimos el S-Bahn de vuelta a la ciudad. Al atardecer, paseamos por Schwabing, uno de los barrios más densamente poblados, caracterizado por impresionantes edificios decimonónicos y un inacabable repertorio de restaurantes y cafeterías.


     

La primera vez que estuve en Múnich, se me quedó grabado el antiguo cementerio del sur, probablemente porque no estaba acostumbrada a los ornamentos de las lápidas, las flores silvestres y la normalidad con la que la gente paseaba como si se tratase de un parque más. Nada tienen que ver los cementerios alemanes con los españoles. También hay que tener en cuenta que en los cementerios antiguos no se suele enterrar a gente que ha fallecido recientemente, sino que forman parte de la historia de la ciudad y pasan a ser rincones de quietud en los que la gente aprovecha para leer en un banco sin ser molestados o dar un paseo.


El penúltimo día de nuestro viaje, comimos tortitas americanas (banderita de barras y estrellas incluida). M. se fue a la biblioteca a trabajar y yo di una vuelta por la Alte Pinakothek, un museo donde hay expuestas diversas obras de arte europeo desde el siglo XIV hasta el XVIII. Destacan pintores como Rubens, Van Gogh, Durero o Murillo. Existe la oportunidad de escuchar breves explicaciones sobre los lienzos mediante una aplicación del móvil, cuyo acceso viene incluido en el precio de la entrada. Merece la pena sin duda.



                     


Otra de las principales atracciones de la ciudad por la que discurre el Isar es la ola de los surfistas: la Eisbachwelle. Se encuentra en el Jardín Inglés, cerca de un pequeño puente. Al parecer surfear allí era hasta hace poco ilegal, pero a partir de 2010 se autorizó. Por motivos de seguridad, tan solo puede haber una persona en la ola, así que el resto hacen cola para saltar al agua. A causa de la fuerza con la que fluye el agua, hay muchos surfistas que tan solo aguantan unos segundos en la cresta, mientras que hay otros más experimentados que se permiten el lujo de ir de lado a lado y dar alguna que otra pirueta en el aire.


Acabamos nuestro viaje en la capital bávara con una visita a una de las tabernas más antiguas y famosas: Hofbräuhaus. Compartimos un litro de cerveza, servida en la típica jarra de cristal que tanto trabajo cuesta levantar durante los primeros tragos. Como bien es sabido que el alcohol hace rugir el estómago, calmamos el apetito con un par de tapas españolas al aire libre en Schwabing. Supongo que lo suyo habría sido zamparnos un codillo con chucrut, pero no sé yo si una cena tan contundente le habría sentado bien al cuerpo.  




    

                                                 

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