“Hypezig” o “el nuevo Berlín” son algunos de
los apodos que se le han dado a Leipzig en los últimos años. En boca de muchos,
la ciudad de moda se ha granjeado la fama de ser un auténtico hervidero hípster:
la nueva cafetería de decoración nórdica minimalista, cuya oferta americanizada
de dulces abarca desde el banana bread
al carrot cake (atrás quedan la
alemana tarta de queso o el Apfelstrudel);
la antigua fábrica de algodón que ha pasado a ser el hábitat productivo de
distintos artistas y arquitectos, el completo programa de películas y
conciertos en el centro sociocultural naTo, las exposiciones transgresoras de
los estudiantes de la Hochschule für Grafik und Buchkunst…
Pero, como suele decirse, lo poco gusta y lo
mucho cansa. Así que precisamente este torrente de alabanzas a la ciudad sajona
ha acabado por quitarle brillo a su atractivo. Los alquileres comienzan a subir
poco a poco, la universidad está abarrotada de estudiantes que parecen salir
del mismo molde y cada vez son menos los espacios que se prestan a su
reutilización. Muchos son conscientes de que la excesiva publicidad está
acabando con el encanto de la ciudad, como el publicista André Hermann, quien
se mudó a Bruselas al comprobar el declive que su ciudad adoptiva estaba
experimentando.
En mi último viaje en el ICE, leí un artículo
de la fascinante revista gratuita del Deutsche Bahn, donde los periodistas afirmaron
que, en efecto, la antigua ciudad de la RDA ya se había quedado obsoleta tras
tanta propaganda. En su lugar, le pisaban los talones sus pequeñas vecinas
pre-soviéticas: Halle, Chemnitz o Erfurt. El artículo es un poco para tomárselo
a risa y probablemente no se les ocurrió nada mejor a los redactores, porque
cualquier que se dé una vuelta por Chemnitz o Halle sabrá que mucho tiene que
llover para que estas ciudades lleguen a ponerse al nivel de Leipzig.
(Club-Mate, la bebida hipster por excelencia. Viene bien cuando necesitas un chute de cafeína)
Cuando estaba de Erasmus en Friburgo, no dejaba
de darle vueltas a las oportunidades que una ciudad como Leipzig podría
ofrecerme de cara a estudiar el máster. He de admitir que mi interés se vio
incentivado por todos los rumores que circulaban acerca de la vida cultural de
la ciudad. Creo que fueron precisamente estas altas expectativas lo que
hicieron que me quedase un poco despagada. Como ya comenté en otras entradas,
el comienzo no fue fácil. Una habitación sin amueblar, la inminente llegada del
invierno y otros factores supusieron una barrera para que me llegase a sentir
bien acogida. Sin duda esto se agravó al compararlo con mi experiencia en
Friburgo. Decir que Friburgo es mi segunda casa sería mentir. Friburgo siempre
ha sido sinónimo de hogar, a diferencia de Valencia. Esta ciudad extranjera pasó
a resultarme familiar en cuestión de pocos días, hasta que llegó incluso a sentirse
como un lugar conocido que siempre había estado ahí.
A pesar de que aún no me sienta parte de mi
nueva ciudad, en Leipzig intento aprovechar al máximo las oportunidades que esta
brinda. Descubrir pequeñas librerías donde no hay sitio para los best sellers,
visitar la biblioteca de arte en la Halle 14, asistir a las tertulias en
español y alemán con comida mexicana en el Café Yellow, visitar diversas exposiciones
de arte de artistas incipientes… Estoy segura de que con la llegada del buen
tiempo los eventos se multiplicarán y de que me ayudará a sentirme más a gusto.
Mein Leipzig lob' ich mir! Es ist ein klein Paris, und
bildet seine Leute.
Es un agrado leer tus entradas.
ResponderEliminarEspero logres sentirte parte de la ciudad. Cada nueva experiencia en ella hará que la colonices, y al parecer, te encanta conocer cada recodo de las cosas.
Un beso, suerte preciosa.