Hacía tiempo que le daba vueltas a escribir
una entrada sobre la lengua de este país. A petición de un comentario en mi
anterior entrada, voy a dar una visión general de cómo he aprendido este idioma
y cuáles son los trucos que, en mi opinión, funcionan mejor a la hora de
estudiarlo. En la universidad tengo una asignatura que va precisamente sobre la
enseñanza del alemán como lengua extranjera, porque siempre me ha parecido un
tema interesante.
Yo comencé a aprender alemán hará cosa de 3 años
y medio, mucho antes de la repentina fiebre que brotó en España por aprender
este idioma. Y si hay algo que he aprendido a lo largo de estos años es que la
clave reside en la paciencia y en la constancia. Por mucho que suene a
palabrería barata y repetitiva, es cierto. Un idioma no se aprende de la noche
a la mañana, tal y como venden muchos cursos intensivos. Siempre me han hecho
gracia los de eslóganes como “Habla fluido alemán con 1.000 palabras” o “Hazle
sombra a Goethe tras 24 horas lectivas de alemán”. Se necesita tiempo para
asentar unas bases e ir acostumbrándose a las nuevas estructuras de la lengua
extranjera.
Para llegar a dominar bien un idioma es necesario
olvidarse de la tradicional imagen que todo el mundo tiene en mente: persona
frente a un pupitre lleno de libros de gramática, listas de verbos irregulares
y ejercicios de rellenar huecos. Como es lógico, estos resultan necesarios e
imprescindibles al comenzar a aprender el idioma, pero nunca resultan
suficientes si queremos llegar a hablar una lengua de manera fluida.
El idioma hay que experimentarlo en todas sus
facetas y en su entorno natural. Y para ello no es necesario tener un C1 o
vivir en el país donde este se habla. Independientemente del nivel que tengamos
y de dónde nos encontremos, hay algunos hábitos que pueden ayudarnos a
perfeccionarlo.
Leer
No importa lo que sea, pero hay que leer. Yo
siempre he sido de devorar libros y me encanta la literatura, por lo que no me
importa pasarme el tiempo leyendo novelas. Pero esto no significa que haya que
leerse Fausto para llegar a dominar
el alemán. Conozco gente a la que no le gusta leer libros, por lo que se
decanta por artículos de periódico (http://www.zeit.de,
http://www.welt.de/). Al leer, adquirimos las estructuras del idioma casi de
manera inconsciente. Es increíble cómo la memoria las va reteniendo sin que
apenas nos demos cuenta. En ocasiones me vienen a la mente construcciones
hechas o frases enteras que he leído previamente en libros.
Cualquier
texto es bueno para mejorar el idioma. Y cuanta más variedad haya, mejor. Como
método de distracción en mi tiempo muerto, es típico en mí leer las etiquetas
de los champús y los paquetes de comida. Puede sonar algo deprimente, pero resulta
ser muy útil. Una nunca sabe cuándo hará falta usar expresiones como “pelo
encrespado” o “sin gluten”.
Otro
sano hábito al tiempo que se lee es ir subrayando palabras que no comprendemos.
Eso sí, terminantemente prohibido ir a buscarlas en seguida al diccionario. La
lectura puede volverse pesada y agobiante si estamos todo el rato mirando qué
significa cada cosa. Yo siempre tengo una libreta con listas de palabras, donde
apunto aquellas nuevas que voy descubriendo con su traducción en español al
lado. Es una forma de mantenerlas por escrito y poder ir a revisarlas de vez en
cuando. Por muy buen nivel que tengamos
del idioma, siempre va a haber palabras que desconozcamos. Incluso en nuestra
lengua materna, nunca dejamos de descubrir vocabulario nuevo.
Mis libretas de vocabulario para alemán e inglés
Punto
importante: apuntar siempre los artículos junto a las palabras, pues no tienen
nada que ver con los del español. Siempre hay que aprender la palabra con su
artículo correspondiente, de lo contrario es como si solo aprendiéramos la
mitad.
Aquí os
dejo los títulos de algunas de mis novelas alemanas preferidas: Der Geschmack von Apfelkernen, Der geteilte Himmel, Der Tod in Venedig, Der Vorleser; Paare, Passanten, Der Atem. Ahora que me fijo, la mayoría empiezan con artículo masculino determinado. Nunca me había parado a pensarlo (reflexión profunda).
En
niveles más bajos suele ser bueno leer cuentos para niños, con pocas palabras,
o lecturas adaptadas.
Escuchar la radio/ ver películas, series
Siempre
he pensado que escuchar la radio es una de las formas más amenas de aprender un
idioma. Incluso cuando apenas tenemos unas nociones básicas, podemos ponernos
cadenas donde suele haber música la mayor parte del tiempo, para que no se haga
pesado. Una de mis preferidas es Bremen Vier (http://www.radiobremen.de/). Suelen poner
las canciones del momento (Schlager),
pero cada cierto tiempo suelen dar breves informes sobre el tiempo o las
últimas noticias. Lo bueno es que también intercalan canciones alemanas, por lo
que nos ayudan a familiarizarnos con artistas autóctonos (Philipp Poisel, Tim
Bendzko, Bosse, Max Herre…).
Por lo general, no recomiendo ver películas o
series alemanas si se tiene poco nivel. Siempre es una mejor opción ver
películas que han sido dobladas al alemán. ¿Por qué? Bueno, estas suelen
entenderse mucho mejor, ya que los actores no tienden a murmurar ni tener
acentos. Eso sí, cuando ya se tiene cierto nivel, está muy bien ver
largometrajes como Good bye, Lenin! o
Das Leben der Anderen, porque nos
ayuda también a conocer un poco más de la historia y cultura del país. Por lo
que a las series respecta, se lleva la palma Tatort. Serie de suspense cuyos capítulos se ruedan en distintas
ciudades de Alemania. Aquí siempre se reúnen muchos estudiantes en la Mensa
para verla todos los domingos. Es como un ritual para ellos. Sin embargo, es
complicado entender todo, porque muchos protagonistas suelen hablar con rasgos
dialectales propios de la zona correspondiente.
Unos vídeos muy interesantes y fáciles de entender
son los de Die Sendung mit der Maus.
Son capítulos para niños donde se responden preguntas como “¿por qué la leche
es blanca?”. http://www.wdrmaus.de/sachgeschichten/filme.php5
Así no solo aprendemos alemán, sino que descubrimos cosas curiosas.
Cometer errores es sano
Parece
ser que muchos españoles siempre le tienen miedo a cometer errores. Hay gente
que se niega a hablar alegando que no tienen un buen nivel. La cuestión es que,
si no se habla, nunca se tiene el nivel. Nadie dice que hablar alemán sea
sencillo. Todo lo contrario. La posición del verbo, las declinaciones y los
géneros hacen del alemán una lengua complicada por lo que a la expresión oral
se refiere. Sin embargo, sin errores jamás se aprende.
Al
principio le pegarás mil patadas a los géneros de los objetos, tendrás la
sensación de que un mono oligofrénico sabría expresar mejor que tú lo que
quieres decir, te montarás batallas mentales sobre qué preposición utilizar
esta vez… No importa. Habla. Comete errores. Los alemanes suelen estar bastante
dispuestos a comprenderte y no sacan un cuchillo si has usado dativo en vez de
acusativo. Son conscientes de lo difícil que es su idioma.
Muchos
estudiantes Erasmus que están aquí no acaban de aprender el idioma precisamente
por esta razón: no hablan. Se han pasado un año entero en Alemania ya la
conversación más larga que han mantenido ha sido con la cajera del
supermercado. Yo vivo con tres chicas alemanas y también hablo alemán con el
resto de estudiantes internacionales, además de tener la mayoría de asignaturas
de la facultad en alemán. Al pasarme prácticamente todo el tiempo hablando el
idioma, lo hago de manera automática casi siempre. Eso no quiere decir, sin
embargo, que cometa algún error de vez en cuando. Conozco gente con un
certificado C2 que también comete errores tontos. Somos humanos, por lo que es
imposible que no los hagamos.
Es cierto que aquí es mucho más sencillo
practicar el oral que en España. Sin embargo, no es imposible hacerlo allí.
Seguramente haya estudiantes Erasmus alemanes en tu ciudad con los que puedas
quedar para hacer un tándem, o incluso compañeros de curso que también quieran
practicar.
Los recursos son infinitos y están ahí, solo hace
falta ponerle ganas y tener paciencia. El resto viene solo.
Cambiando de tercio, el pasado viernes St
Nikolaus se pasó por nuestro WG :) Mis compañeras de piso y yo acordamos
celebrarlo, por lo que al despertarme el 6 de diciembre, mi bota estaba llena con
esto:
El domingo fui a Stuttgart con otros 8
estudiantes para ver el mercadito de Navidad. Solo nos costó 8 euros ida y
vuelta a cada uno, porque compramos el billete de Baden-Württemberg, que
resulta muy económico si viajas en grupo. Además, visitamos Esslingen am
Neckar, que es una ciudad dentro de la región de Stuttgart, donde había un
mercadillo medieval precioso. Realmente parecía que te habías trasladado en el
tiempo. Los edificios de alrededor eran las típicas casas antiguas y todos los
vendedores estaban vestidos con ropajes propios de la época.
Y mucho menos en Navidad. Porque si la comida
alemana ya tiene fama de ser contundente y enemiga de las operaciones verano
(tanta patata y salsa podría alimentar legiones enteras de hombres
hambrientos), eso no es ni punto de comparación con lo que te aguarda cuando
las navidades están a la vuelta de la esquina (véase un mes antes).
Una ya tiene que mentalizarse de que en estas
fechas lo que toca es cebarse como nunca antes. El cliché del niño rollizo
alemán de mofletes como pelotas de baloncesto tiene su clara explicación en una
sola palabra: Plätzchen, lo que en
cristiano vendría a ser como “galleta”. Alemania es un paraíso para los amantes
del dulce. No en vano tienen hasta un verbo para la expresión “comer dulces” (naschen). Es su pasatiempo preferido y
saben cómo ganarse adeptos a esta afición. Yo nunca me he considerado una
persona excesivamente golosa. Cierto es que a nadie le amarga un dulce y que,
como a mucha otra gente, me gusta comer de vez en cuando chucherías; pero nunca
he sido de comer demasiados. Resulta que el “de vez en cuando” ha pasado a ser
un “día sí y día también”.
Paseas por el Weihnachtsmarkt y ya se te van los
ojos por los puestos. Bajo el lema “no me vuelvo a casa sin probar esto”,
probablemente haya saboreado medio mercado. Así, he descubierto que siento
especial debilidad por unos pedacitos de cielo llamados Nussecken. Bendición en forma de triángulo con puntas de chocolate.
Luego está el tema del frío. Cuando las
temperaturas son tan bajas, a los dedos les da por engarrotarse, hasta el punto
de que ni los guantes te permiten sentir con normalidad la yema de los dedos.
¿Y qué mejor forma de combatir el frío en los dedos que una taza de chocolate caliente?
En esos momentos te ríes en la cara de las mujeres de bragas rojas del Special
K. Dios bendiga esas calorías.
Para compensar mis hábitos “insanos”, ayer me fui
de excursión a Horben, un pueblo cerca de Friburgo. La primera nieve ya había
caído e hizo bastante sol, por lo que
los paisajes eran de ensueño. Pero no podía ser un domingo sin dulces. Y
menos el primer domingo de adviento. No, menuda aberración, por favor. Así que
en Stusie, la residencia donde viven la mayoría de estudiantes internacionales,
había tarde de cocinar galletas. Hicimos tandas hasta que el horno pidió
clemencia (en su idioma claro, comenzando a tostar más de la cuenta las últimas
galletas).
Pero no todo ha sido comer, claro. El viernes por
la tarde patiné sobre hielo por primera vez en mi vida, quitándome la espinita
clavada que siempre había tenido. Para mi asombro, resultó ser mucho más fácil
de lo que pensaba, a pesar de que al principio tendía a poner los pies en
posición pingüino.
El sábado celebramos el cumpleaños de una amiga
francesa en un restaurante mexicano: Enchilada. Los precios no es que fuesen
bajos, pero había Happy Hour, lo que significaba que todos los cócteles valían
3,5. Una ganga, vaya.
A continuación fui con una amiga finlandesa a una
fiesta en el Stusiebar organizada por los estudiantes de Farmacia. No había
demasiados Erasmus, sino que la mayoría eran alemanes alcoholizados a base de
chupitos servidos en probetas. Viva la originalidad.
A la mañana siguiente asistí a un Flohmarkt que
había en la Mensa. Me hice con un pañuelo adorable por el precio de 2€. Estaba
lleno de puestos de ropa de segunda mano perteneciente a estudiantes. Me gustó
tanto que espero que vuelvan a poner otro, porque había muchas cosas que
merecían la pena.
Mañana voy precisamente a casa de esta chica a
hornear Lebkuchen. Sí, más que confirmado: no es país para dietas.
La nieve todavía no ha caído, pero las calles y
la gente ya están contagiados del espíritu navideño. Ayer fue el primer día del
mercadillo navideño (Weihnachtsmarkt)
en Friburgo, por lo que me pasé a echarle un vistazo rápido y disfrutar un poco
de un cielo inusualmente despejado. No había demasiada gente al ser bastante pronto,
pero aun así se respiraba el ajetreo propio de estas fechas.
Me vi tentada de pedir un vaso de Glühwein para calentarme los dedos,
porque de tanto fotografiar apenas los sentía. Luego recordé que el que me pedí
en Viena acabó casi todo en la nieve cuando se fueron sus propiedades “calentadoras”,
así que se me fueron las ganas de comprarlo. Le echan tantas especias que tiene
un sabor demasiado fuerte en mi opinión.
El viernes por la tarde fue al cine de la
universidad. En la facultad hay una sala inmensa donde suelen echar bastantes
películas a muy buen precio. El carné de socio cuesta 3€ y cada película 1,5€. La
ventaja es que además puedes llevarte comida de casa, por lo que la gente se
lleva todo tipo de provisiones: porciones desproporcionadas de pizza, nachos,
gominolas, tabletas de chocolate… De momento he visto Blue Valentine y The Great
Gatsby. La primera ya la había visto, pero me gustó tanto que no pude
resistirme a verla de nuevo.
Por si no había tenido suficiente cine esa
semana, repetí sesión el sábado, aunque para ver un blockbuster: la segunda parte de Los Juegos del Hambre. No me
declaro fan incondicional de la saga, pero ya había visto la primera parte y
una chica finlandesa me propuso ir a verla.
En general todo marcha bastante bien. Ayer logré
al fin acabar de redactar mi primer Protokoll
íntegramente en alemán. Seguramente esté plagado de fallos, porque llegaba un
momento que mi cerebro no daba para más. Tanto Indirekte Rede y Präteritum me
causó severos quebraderos de cabeza, ya que no se utilizan en el lenguaje
diario hablado. Me tocará pedirle a mi compañera de piso que lo revise, porque
habrá todo tipo de perlitas.
Me cuesta creer que me queda menos de un mes para
pisar de nuevo tierras españolas, aunque solo será durante cinco días. Tengo
muchas ganas de reencontrarme con mis amigas, a las cuales no veo desde junio. Regreso
el 22 de diciembre y parto el 27 por la noche con el coche, porque mi familia
ha alquilado una casa en un pueblo cerca de Friburgo para pasar la Nochevieja. Lo
bueno de ir con el coche es que podremos visitar ciudades de alrededor y que
podré traerme alimentos españoles. La restricción de espacio al volar me saca
de quicio.
Todo Erasmus que se precie realiza viajes y
excursiones día sí y día también. Tal
vez sea por el espíritu contagioso de aprovechar la estancia al máximo, pero lo
bien cierto es que los tentadores precios asequibles y las miles de ofertas
hacen del Erasmus la situación propicia para satisfacer a las almas ávidas de
ver mundo.
Estas últimas semanas he estado en distintos
sitios de los alrededores de la Selva Negra. Uno de ellos fue Feldberg, la
montaña más alta de esta región. Después de maldecir mil veces mi mala
condición física a medida que avanzaba por la empinada ladera, alcanzamos al
fin la cima. Un cielo despejado nos brindó la oportunidad de disfrutar de unas
vistas espectaculares. El lugar es objeto de culto de numerosos esquiadores,
porque en invierno es donde la mayoría de la gente de los alrededores acude,
para sacarle así el máximo partido a la nieve sobre los esquís.
A la vuelta paré en Titisee, un pueblo en el que estuve hace dos años y que me encantó. Tiene un lago precioso y es un punto turístico bastante visitado de la zona. Todos los viajes eran gratuitos, ya que entraban dentro del Semesterticket.
Un domingo estuve en Basilea, Suiza. La ventaja
de Freiburg es que se encuentra tan cerca de la frontera que en cuestión de
poco tiempo puedes estar tanto en Francia como en Suiza. Este viaje lo
organizaba el Studentenwerk y solo costaba 15 euros, por lo que no me lo pensé
dos veces. La ciudad en sí no me pareció gran cosa. Ya estuve hace tres años en
este país y ciudades como Berna o Lucerna le dan mil vueltas a Basilea, desde
mi punto de vista. Aun así, la entrada a los museos era gratis y pude disfrutar
de obras pertenecientes a artistas de la talla de Picasso o Van Gogh.
Todo en Suiza es muchísimo más caro. Para que os
hagáis una idea, una pizza te puede costar perfectamente 18 euros. Tomé la
sabia decisión de esperarme hasta llegar a Freiburg para comprarme la cena,
porque no tenía intención de tener que donar un riñón para alimentarme.
El viernes pasado estuve en Schauinsland, otro
monte de la Selva Negra que traducido literalmente es algo así como “mira en el
país”. Esto es así porque desde este punto se puede contemplar casi todo lo de
alrededor. Tuve la suerte de que incluso se pudieran contemplar los Alpes a lo
lejos. También pude disfrutar de una deliciosa Schwarzwälder Kirschtorte, la tarta típica de la Selva Negra.
Ayer por la noche fui a la Mensa a ver Tatort,
como es tradición para muchos universitarios alemanes. La entrada es gratuita
si eres miembro del club internacional y además hay sopa caliente para todos,
lo cual se agradece cuando las temperaturas son tan bajas.
Nunca me cansaré de repetir hasta la saciedad que
el otoño es mi estación del año preferida. Si antes me sobraban las razones
para hacerlo, ahora que estoy viviendo el otoño en esta ciudad me doy cuenta de
que todavía hay muchas más. Tal vez sea la variada gama de colores que viste
los árboles (desde el ocre más claro hasta un rojo intenso sangre), o las
intermitentes visitas de la lluvia, que impregnan el ambiente de una humedad
reconfortante; o quizás sea que sigo en la nube de vivir en la ciudad de mis
sueños.
La primera semana de clases ha llegado a su fin.
Tengo libres tanto los martescomo los viernes, por lo que no puedo quejarme en
absoluto. Aun así, me he percatado del esfuerzo y dedicación que requieren
algunas asignaturas. Son cinco en total:
- Einführung in das Lehr und Forschungsgebiet DaF. Al parecer no había un nombre más largo (bueno, seguramente sí, que esto es Alemania). Básicamente se centra en técnicas para enseñar alemán como lengua extranjera. Ya hice un curso aplicado al español, así que el tema de la enseñanza de lenguas me interesa bastante. Como es lógico, se imparte en alemán. La dificultad radica a la hora de leer los artículos de Lingüística escritos por la profesora. Muchos nombres y términos me resultan familiares, porque di Lingüística aplicada a la Traducción en Valencia. Aun así, me toca leer cada párrafo varias veces para acabar de comprender exactamente qué es lo que se dice.
- Kontrastive Systemkompetenz I. Tras este extraño nombre se esconde una asignatura de traducción del alemán al español. Apenas somos 9 personas en clases y yo soy la única española, por lo que juego con una clara ventaja. La profesora nos reparte textos (que suelen ser literarios o periodísticos) y tenemos que traducirlos. No tiene mayor complicación y es bastante amena.
- ALP - Language and the Media. Esta es la verdadera joyita del semestre. Una asignatura que en un principio no pensé que fuera a suponer ningún desafío. Sí que es cierto que en los últimos años he dejado un poco más aparcado el inglés por mi interés en mejorar mi alemán, pero mi nivel está en torno al C1 y no pensé que fuera a tener problemas con el idioma. La asignatura consiste en debatir en clase artículos de la prensa de habla inglesa. Como la profesora es canadiense, no solo tenemos que leer periódicos británicos y estadounidenses, sino que hay que sumarles los de su tierra natal, como es lógico. Mi sorpresa llegó al ver las discusiones que se montaron en torno a simples citas sobre el periodismo. Todos son alemanes a excepción de un americano y de mí. Alemanes que perfectamente podrían pasar por americanos. Ni un maldito titubeo al soltar sus ideas, ni un error gramatical, ni la más mínima duda a la hora de escoger las palabras. No solo requiere esfuerzo por el idioma, sino por el análisis crítico que hay que llevar a cabo.
- Deutsche Gesellschaft, Geschichte und Kultur. Este es un curso del Sprachlehrinstitut destinado a estudiantes Erasmus. Los temas que se tratan en clase son muy variados, pero todos giran en torno a la historia y cultura alemana. Desde los dialectos, los partidos políticos, el nazismo, hasta el sistema educativo del país. Lo mejor de todo es la flexibilidad de la profesora, quien nos anima a proponer temas que nos interesen.
- ALP – Presenting Arguments. El profesor es un americano que suele vestir con camisas hawaianas y se pone a dibujar con la música del móvil a todo volumen antes de que comience la clase. El propósito de la clase es aprender a rebatir argumentos, pero está enfocado de una manera muy amena y los debates suelen ser bastante interesantes. Este jueves estuvimos hablando sobre el Couchsurfing, por ejemplo.
Estoy muy contenta con todas las asignaturas,
porque suelen despertar mi interés y no me importa dedicarles tiempo. Aunque sí
que es cierto que me toca esforzarme más que en Valencia, creo que va a merecer
la pena por todas las cosas que estoy aprendiendo.
Anteayer brillaba tanto el sol que dejé los
artículos de Lingüística escritos en alemán indescifrable a un lado y me fui a
pasear a orillas del Dreisam. Y es que cuando sale un día así es un verdadero
crimen no disfrutarlo.
Otra de las alegrías del día fue una bolsa que
repartían a la entrada de la Mensa. Resultó estar llena de vales de descuento,
una revista, bebidas… Nada que ver con la UV, ni por asomo.
Como todo comienzo Erasmus que se precie, me ha
tocado hacer papeleos varios para poder matricularme en la universidad.
Empadronarme, obtener el certificado del seguro médico, firmar el contrato de
la residencia… De todas formas, los trámites no me han parecido para tanto.
Solo me falta hacer las modificaciones del Learning Agreement, pero todavía no puedo,
ya que me falta una asignatura por matricularme.
A pesar de la aburrida burocracia, ha habido
tiempo de sobra para conocer gente de todo el mundo. Gracias a la semana de
bienvenida para estudiantes internacionales que ofrecía la universidad, conocer
gente ha sido coser y cantar (más cantar que coser cuando había alguna cerveza
de por medio, dicho sea de paso). Gente de Francia, Suecia, Finlandia, Italia,
Polonia, Inglaterra, Turquía, Estados
Unidos, Portugal… Si empiezo a hacer la lista de nacionalidades podría no
acabar. Como es lógico, está el grupo omnipresente de españolitos que van a
todas partes juntos y que no cesan de utilizar su lengua madre, pero no he
intercambiado ni una palabra con ninguno de ellos. Parece ser que consideran
que es necesario mejorar su español. Y qué mejor sitio para hacerlo que
Alemania.
A lo largo de esta semana he podido comprobar que
el topicazo Erasmus de fiesta en fiesta y bebo porque me toca es totalmente
cierto. Demasiados eventos en tan poco tiempo: cenas internacionales, pseudo
Oktoberfest, Männerabend… Eso sí, también ha habido tiempo de tranquilidad y
tiempo para mí misma. Me he sacado el carné de la biblioteca municipal, que me
ha costado 10 euros para el año completo. El propósito es no arruinarme, porque
cada vez que paso por delante de Thalia me inundan las ganas de comprarme un
libro. Quizás por el deseo de llenar mis tristes y vacías estanterías. Tanto
cajón para tan poco objeto es un crimen.
El invierno parece que ya ha llegado aquí. Ayer
llegamos a los 3 grados y más valía no salir a la calle durante mucho tiempo si
no querías que se te quedasen los mocos como troncos de repollo. Me resistía a
utilizar los guantes, porque no quiero ni imaginarme qué tendré que ponerme
cuando llegue el verdadero invierno; pero al final he acabado poniéndomelos. Les
tengo aprecio a mis falanges.
Ayer fui por la tarde a un mercado de bicicletas
de segunda mano. Por el camino me encontré a Sam, otro estudiante Erasmus que
también iba en busca de una bici. Allí estábamos, en Carl-Kistner-Straße,
siguiendo las indicaciones de los carteles que había en todas partes. Ni rastro
de ningún mercado. Resulta que este tenía lugar en la Messe Freiburg. Que sí, que aparece en grande, pero abajo hay una dirección, por lo que ni nos planteamos que fuera en otro sitio distinto.
Eran las cinco de la tarde y el mercado se
acababa a las seis. Nos tocó coger el tranvía y el autobús. Cuando llegamos ya
prácticamente no quedaba nadie. Entonces me acerqué a una chica que estaba a
punto de marcharse para preguntarle si quedaba gente que todavía vendía
bicicletas. Se le iluminó el rostro y me dijo que ella vendía la suya. Una
vieja bici roja de la marca Peugeot. Al parecer ya casi había perdido las
esperanzas de conseguir venderla, por lo que cuando vio que dudé ante su
primera oferta de 40 euros, me dijo que me la dejaba en 30. No me lo pensé dos
veces, porque yo llevaba la idea de que mínimo tendría que gastarme 50.
La única pega es que los frenos no funcionan
demasiado bien. Tan solo va el trasero y hace un ruido bastante desagradable.
Pero bueno, la llevaré a reparar y a ver cuánto me piden. De todas formas,
sigue siendo más barato de lo que pensaba.
Os vuelvo a escribir desde tierras alemanas, pero
no en calidad de au pair, sino de estudiante Erasmus. El martes por la noche
llegué al fin a Freiburg. Todavía estoy en la etapa de “no me creo que esté
viviendo en esta ciudad de ensueño”, pero poco a poco empiezo a concienciarme
de que estudiaré dos semestres enteros.
Aun así, como no podía ser de otra manera, los
contratiempos me estaban esperando con los brazos abiertos.
Resulta que al llegar al aeropuerto de Basilea,
me encuentro con que mi autobús se acaba de marchar. No es que me pillase del
todo de sorpresa, porque mi maleta salió bastante tarde, como de costumbre. Me tocaba esperar otra hora (hasta las 23:45)
para coger el próximo. Cuando ya me había hecho a la idea y me resignaba a
esperar una hora entera, aparece un hombre que me comunica que se acaba de ir
el autobús hacia Freiburg. “Sí, sí, estoy al tanto. Delante de mis narices ha
pasado”, le respondo. Entonces me dice con toda la amabilidad del mundo que le
acompañe, que él trabaja para la misma compañía. Sí, podéis imaginaros todas
las películas policiacas de asesinatos, violaciones y secuestros que pasaron
ante mis ojos, así como la vocecilla de fondo de mi madre rezando la
archiconocida frase de: “No te fíes de desconocidos”. No sé si fueron mis pocas
ganas de esperar otra hora más o algún impulso descabellado, pero me dispuse a
seguirle hasta el furgón con algo de reparo.
El hombre se percató enseguida de mi reacción e
intentó tranquilizarme diciéndome que dentro de nada llegaban sus clientes. Y
así era, a los pocos segundos apareció un grupo de ancianitos alemanes, algo más
tostados de lo normal porque acababan de llegar de su estancia en Mallorca. Entonces
me acordé de que sí que era cierto que la compañía ofrecía un servicio de
coches para grupos reducidos. El precio era el mismo que si hubiera cogido el
bus, así que no me lo pensé dos veces y me subí. Qué tendrán los viejecitos
alemanes que inspiran tanta confianza.
Antes de llegar a Freiburg hicimos algunas
paradas para ir dejando a los otros pasajeros en sus respectivos domicilios.
Una vez me dejó en la estación principal, me resultó fácil encontrar el camino
hasta la residencia. A pesar de que eran solo en torno a 7 minutos andando,
tenía que arrastrar la pesada maleta y todo el elenco de abrigos y bolsos que
llevaba encima. El empedrado de la ciudad tampoco lo puso demasiado fácil,
dicho sea de paso.
Al llegar tan tarde, me había tocado hacer uso
del servicio Off-hour de recogida de llaves. Así que, tal y como había quedado
con el tutor, me presenté a las 12 delante de su edificio y llamé a su timbre.
Este es un estudiante de aproximadamente mi edad que se encarga de organizar
actividades, excursiones y demás. Al ver que nadie respondía, le llamé por
teléfono. Nada, no lo cogía. Le llamé como unas seis veces en total, hasta que
me di cuenta de que no servía de nada. Sin ganas de pasar la noche enfrente de
la puerta, me puse a preguntarle a todo estudiante que pasaba por allí a esas
horas (véase alemanes y extranjeros alcoholizados). Si probablemente ya
tendrían complicado atinar con la llave en la cerradura de sus habitaciones,
mis explicaciones con un tono de voz desesperado les sonaban a chino. Tras una
hora de reloj, me llamó al fin el tutor. Su disculpa fue un: “Oh, lo siento
mucho, es que no había escuchado el móvil”. Ganas de matar aumentando.
Cuando entré en mi habitación me encontré con una
gran estancia con complejo de hospital. Sí, todos los muebles nuevos y en
perfecto estado, pero de un blanco aséptico que casi dañaba la vista, en
consonancia con las paredes. La excursión al IKEA no tardó en llegar, pero
todavía me queda comprar un par de cosas más para aclimatarme mejor. Supongo
que cuando pase un poco más tiempo conseguiré ir convirtiéndolo poco a poco en
mi hogar. Por lo demás, el piso está muy bien. Comparto cocina y baño, pero hay
de todo gracias a mis compañeras, las cuales llevan aquí ya un año viviendo.
Intento de aportarle un poco de personalidad a la habitación
Vistas desde mi cuarto
Por lo que respecta a mis mis compañeras de piso,
no tengo ninguna queja. Son tres chicas alemanas majísimas y una de Irán, con
la cual apenas he intercambiado un par de frases porque no sale de su cuarto ni
por asomo. Da la casualidad de que una de las chicas alemanas es de Göttingen,
así que conoce a una amiga mía de allí. Está claro que el mundo es un pañuelo.
Todavía no he conocido estudiantes Erasmus, porque
ayer me pasé todo el día comprando y hoy es la fiesta nacional alemana (Tag der Deutschen Einheit), así que está
todo cerrado. Mañana hay un tour organizado por el Studentenwerk para hacer
trámites, por lo que supongo que conoceré a más gente.
Esta mañana he vivido la odisea de tirar la
basura en Alemania en toda regla. Tenemos un plan sobre tareas de cada semana,
por lo que a mí me toca tirar la basura a lo largo de esta. Los cubos estaban
tan llenos que me ha tocado hacer tres viajes en total. Llevan tan a rajatabla
el tema del reciclaje que he ido con miedo por si la cagaba al tirarla en el
contenedor que no era. Por suerte estaba todo bien indicado, por lo que
únicamente he hecho más viajes que un tonto.
En definitiva, todo va genial. Esta ciudad no
para de darme razones para enamorarme de ella. Y ahora que tengo la cámara nueva, voy como loca por todas las esquinas haciendo fotos.
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